31. ¿No dormiremos juntos?

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¿Y si no te vuelvo a ver?

Capítulo 31.

—Cassie Irving—

—No estoy para soportarte, de verdad ahora no quiero discutir con nadie.

Seco mis lágrimas.

—Causando dolor físico no harás que el dolor de tu alma se borre —me quita el cutter—. La única manera de sacar el dolor es hablando, te lo digo yo que soy experto en esto.

—¿Tú, experto? —Pongo mis ojos en blanco—. Déjame sola.

—Si solo te aceptaras por primera vez entenderías que eso que dijo tu mamá no tiene sentido. Nadie te enseña a ser fuerte, Cassie, pero todos te obligan con sus acciones. Piensa un poco en ti y eso matará a todos —es extraño que él me diga algo como esto—. Deja de culparte por todo, en el fondo sé que lo haces.

Y no puedo seguir aguantando las lágrimas, detesto ser débil ante las personas, porque tienen la oportunidad de hacerme daño. Mamá no sabe lo que causó en mí con sus palabras, me hago la dura ante todos, pero yo también siento, yo también lloro. Una cosa es lo que soy, y otra es lo que muestro.

Mis lágrimas siguen saliendo hasta que sin darme cuenta ya no puedo respirar muy bien por estar llorando. Me duele que mamá sea una más del montón. Sé que tengo mil complejos que debo vencer, pero al igual que todos, yo tengo miedo de no poder.

—Siempre quise ser una buena hija por papá, y cuando él murió, mi mundo se... —el llanto no me deja hablar—. Mi mundo se hizo pequeñito. El dolor fue tan grande que decidí enterrar a esa chica alegre junto con él.

No habla, él solo está ahí, mirándome.

—No había día que no me dijera que estaba orgulloso de mí, y hoy que mamá dijo que nadie estaría orgulloso de mí, sentí que le estaba fallando a papá. ¡Arg! Ni siquiera debería estar aquí hablando esto contigo, luego andarás burlándote.

Siento un apretón en mi mano y lo miro.

—Quebrarse hace parte de la vida, no tendría por qué reírme de ti. No dejes que esto te haga caer de nuevo, has avanzado mucho —da suaves palmadas en mi cabeza—. A veces hay que pasar por el desierto para llegar al paraíso. Tu desierto es doloroso, pero tu paraíso será gozoso.

Se levanta y se sacude su pantalón que se ha llenado de tierra.

—¡Oye! —Lo detengo—. Me caes mal, ¿lo sabes? Y que me hayas hecho sentir mejor no quiere decir que somos amigos.

—Dios me libre de tenerte como amiga. Ah, nunca estuve aquí y mucho menos hablé contigo.

Después de todo, sí tiene corazón, o sí tenemos corazón.

—Horas más tarde—

—8:40\pm. Hora de Colombia—

—De nuevo aquí, papá —limpio su lápida y me siento sobre ella—. Siempre decías que te buscara cuando sintiera que ya no podía más, entonces, hoy es ese día —acaricio la lápida—. He buscado mil maneras para no seguir con esta vida que llevo, y parece que nada funciona. Parece que el tiempo va de ida y va sin ruta de regreso. Ay, papá, te extraño.

Me acuesto sobre la fría lápida. Desde su entierro no había venido más, no me sentía lista para regresar.

—Quisiera entender por qué te fuiste tan pronto, papá. Te echo de menos y parece que mamá no se da cuenta de eso. ¿Sabes? En unas semanas iré a un centro de rehabilitación para drogadictos, iré por ti, bueno, por Gales también. Lo quiero, papá —sé que papá me escucha donde sea que esté—. No dije nada, pero me dolió ver la reacción que tuvo al ver a su exnovia, siento que en el fondo la sigue amando y eso es lo que le molesta. Te diré un secreto, pero nadie puede saberlo, ¿ok? —El frío de la noche roza mi cara y tomo eso como la respuesta de papá—. Me enamoré de Gales, y me gusta cómo se siente, pero no he dicho nada, menos ahora que ella regresó. Gales la sigue amando, dice odiarla, pero solo está dolido porque ella lo dejó sin alguna explicación.

¿Y si no te vuelvo a ver? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora