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Me paso el día trabajando en la biblioteca. Tengo varios artículos a medio terminar y necesito concentrarme y olvidarme de mí misma. Estoy en racha y la inspiración brota de manera natural como nunca antes. Todos mis textos son aceptados, salvo por una de las revistas, con la que llevo años insistiendo para que admitan uno de mis cuentos. Sólo seleccionan los mejores.

Llego a casa antes de que sea de noche y antes de encerrarme, le llamó a la puerta a Juan Pablo. No contesta ni se oye nada dentro. No ha llegado. Siento la necesidad de hablar con él, de hacerle la pregunta personal que no le hice el día anterior, de darle las gracias... ¿Cómo se le puede deber tanto a alguien a quien apenas se conoce?

Entonces, llaman al timbre. Es el timbre de la calle. Ni sabía cómo sonaba.

- ¿Quién es?- pregunto a través del telefonillo.

- Me alegra que estés en casa, Mai. Estoy acá con unos amigos. Vamos al cine. ¿Te apetece?

No esperaba semejante propuesta. Y mi primera reacción es negarme. Me recuerda demasiado a cómo fue todo con César. Me presentó a sus amigas y amigos y creí que podrían ser las mías.

- Te aseguro que no te arrepentirás. No lo parecen, pero son buena gente.- prosigue él. Oigo risas.

Recuerdo la nota que Juan Pablo me escribió esta mañana: "Si una voz interior intenta boicotearte para que no salgas, no la escuches".

- Dame un minuto y bajo.- contesto.

Estoy nerviosa. Afortunadamente, sigo vestida. Me miro una última vez en el espejo. Me siento ridícula. Ni que para ir al cine tuviera que arreglarme.

En la calle me espera un grupo de cuatro chicos. Juan Pablo, entre ellos. Me saluda con alegría.

- ¡Mai! Qué bueno que te hayas animado. Te presento.

El chico de pelo corto y gafas se llama Simón. Pronto descubro que es el más parlanchín. Un anciano sabio en el cuerpo de un chico joven y de estilo alternativo. Le interesa casi todo y es capaz de conversar sobre temas controvertidos sin levantar la voz y dando argumentos de peso. Sé que me caerá bien en apenas media hora de conocerle.

Su hermano menor, estiloso y sonriente, es Martín. El chico de la sonrisa eterna, los guiños cómplices y quizá quien más busca el contacto físico de sus amigos. Su expresión tiene algo de infantil, pero no refleja la realidad. Solo es inocencia y sencillez. Al contrario que su hermano: es un niño en el cuerpo de un adulto.

Juan Pablo Isaza es el más alto, cabello largo y sombrero. Algo me identifica con él desde el segundo cero. Tal vez, sus silencios que llena con sonrisas, su temperamento tranquilo y la paz que desprende. Parece el padre de todos. El que pone orden, organiza y no pierde detalle.

Entre ellos, Juan Pablo Villamil, "mi Juan Pablo", al que sus amigos llaman por el apellido, parece un elemento discordante. Su estilo bohemio, su apariencia desgarbada que deja intuir que tiene las mismas dificultades que yo para llegar a fin de mes, difiere con el aspecto de sus compañeros. Claro que no conozco la situación, ni es de mi incumbencia.

- Oiga, Mai, y usted ¿a qué se dedica?- pregunta Simón.

- Me gano la vida escribiendo. Estudié Periodismo. Pero no tengo trabajo fijo. Lo que vaya saliendo... ¿Y vosotros? ¿Qué hacéis?

Todos miran a Villamil, como esperando que sea él quien tome la iniciativa y responda.

- Ésta no te la contaré como pregunta personal- me lanza un guiño. Sus amigos se miran sin comprender- Yo... yo soy ingeniero... en paro, pero ingeniero.

- Mi gozo en un pozo. Y yo que te creía artista...- bromeo.

Se miran entre ellos y sé que en esa complicidad libre de explicaciones,  me estoy perdiendo algo.

- Me gusta la pintura y la música. Como afición. Los verdaderos artistas son los Vargas- señala a Simón y a Martín.

- Bueno, yo estoy en el mundo de la moda. Me gusta diseñar.- aclara Martín.

- Y supongo que yo soy el escritor del grupo. Así que somos así como colegas del gremio. Tengo un libro publicado. "A la orilla de la luz". No creo que lo conozca...

- No se haga el humilde. Es un buen libro de relatos- le halaga Villa, dándole una palmada en la espalda- Mezcla el realismo mágico con las leyendas colombianas y nuestra cultura.

- Debe ser bueno porque no es fácil que una editorial te publique. Y la cuestión es que me suena... Lo tengo que buscar. Como podéis imaginar, no he desempacado mis libros... No tendría donde colocarlos en un espacio tan pequeño...- río, tratando de hacer memoria y añadiendo la etiqueta de "Colombia" en "las cosas que sé sobre Juan Pablo V".

- En realidad, lo pude hacer tirando de contactos. Si le apetece, podemos hablarlo un día con calma y se los paso.

- No te quiero poner en un compromiso, pero gracias.

- Para nada. Villa nos mostró la historia que escribió para el semanario. Tiene un estilo muy particular. Nos gustó mucho, ¿cierto?- busca el apoyo del resto.

Siento que me pongo colorada y de la excitación de que alguien valore mi esfuerzo, trastabillo y casi caigo al suelo de bruces, pero el brazo de Villa me sujeta a tiempo.

- Cuidado- me susurra y siento su aliento a unos centímetros de mi cara- No la ponga nerviosa, Monchi. Todavía me queda conocerla a fondo- bromea.

- Gracias...- musito, mientras mi pulso baila claqué en mis venas.

- Falta usted, Isaza.  Cuéntenos en qué malgasta su tiempo.

- Me dedico a la producción musical. La música es mi gran pasión. Y aunque no se lo hayan dicho, también la de los demás. Hasta hace poco teníamos una banda. ¿No le sonamos?

Los contemplo. La verdad es que no me suena haber visto sus caras nunca antes.

- Fuimos más conocidos en Colombia. De todas formas, fueron otros tiempos- corta la conversación Villa.

Y yo, que noto cierta tensión en el ambiente, no hago más preguntas.

El Misterioso Chico Que Cena ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora