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Espero a que los pasos se alejen y abro la puerta. Villa sigue ahí, mirándome.

- ¿Qué haces ahí plantado, como un pasmarote?- sonrío- ¿Ha ido bien?

- ¿Podemos hablar?

- Salgamos a dar una vuelta- propongo alargando mi brazo hasta el perchero donde descansa mi abrigo.

Son las once de la noche y hace frío, así que me engancho a su brazo. Lo veo tan apagado que me entristece

- Siento muchísimo haberte dado motivos para discutir con Gaby. Lo siento, de verdad. No quiero que vuelva a pasar, así que no te sientas con el compromiso de...

- ¿Crees que actúo contigo por compromiso? El otro día quise hacer lo que hice y no me arrepiento de nada.

- Es que no me gusta verte así...

- No lo puedo evitar. No me entiende. A veces, parece que sí, pero me doy cuenta de que exige de mí cosas que ya no soy.

- Es normal, Villa. Tienes que tener paciencia. Conmigo no tienes ese problema porque no te conocía antes. Y probablemente, si no hubieras perdido la memoria ni lo hubiéramos hecho... Pero te quiere y quiere lo mejor para ti. Ponte por un momento en su piel.

- Créeme que lo hago. Sin embargo, ella no se pone en la mía y no puede fingir una personalidad o unos gustos que no tengo.

- La música sí. ¿Cuál es el miedo?

- ¿A qué viene eso? ¿Piensas que tendría que hacerles caso y volver a mi vida de antes?

- No. Sólo digo lo que vi ayer. Tienes talento. Y estaría ciega si no hubiese visto que disfrutas como un niño.- paseamos por uno de los parques de estilo decimonónico de la ciudad y se detiene a mirar una de las fuentes- Villa, mírame. No se trata de hacer lo que los demás esperan de ti o de lo contrario. Se trata de hacer lo que tú quieres, lo que te apetece. Y mira que me duele decirte esto- digo cambiando el tono de voz serio y mostrando una media sonrisa- No me gustaría que te fueras.

- Gracias, Mai. Sé que tus consejos son sabios y verdaderos- dice mientras me abraza- Lo pensaré mejor.- se separa- ¿Y usted qué? ¿Habló con su ex?

En ese momento, un gran barullo se aproxima a nosotros. Es un grupo enorme de jóvenes en ambiente festivo, como si fuera una despedida de soltero pero con el triple de personas.

- ¡Vamos a hacer una locura!!- se me ocurre y tiro de Villa para unirnos al grupo y a las consignas que cantan.

- ¿Qué haces?- me pregunta el colombiano entre ojiplático y divertido.

- Tú sígueles el rollo.

Llegamos a la carretera donde esperan tres enormes limusinas como nunca antes había visto.

Villa y yo nos miramos. La duda se instala por un instante en el corazón. ¿Nos subimos? ¿Y si son un grupo sectario y nos llevan a la perdición? Pero no lo parecen y además una de las chicas nos anima para que entremos en la segunda limusina. Nadie nos pregunta quienes somos. Nos sirven un cóctel y seguimos cantando como locas hasta que en veinte minutos, a las afueras, llegamos a un hotel enorme y lujoso. Se ven luces eléctricas en la terraza y la música suena a todo volumen.

Salimos del vehículo y somos empujados por la multitud hacia el interior. Agarro de la mano a Villa para no perdernos y nos comunicamos con sólo mirarnos o sonreírnos.

En el último piso hay una fiesta tremenda. Pista de baile, un jacuzzi acristalado con vistas a la ciudad y al cielo estrellado, camareras guapísimas ofreciendo bebida...

- Sabía que estabas loca, pero no sabía que tanto- me grita al oído.- Nos hemos colado en una fiesta privada.

- ¡Esto es precisamente lo que necesitábamos esta noche!

Un tipo de uniforme se acerca a nosotros y se ofrece a llevar nuestros abrigos al guardarropa. Hace frío fuera, pero allí entre el gentío, comienza a hacer calor.

- Vamos a bailar para que se pase el frío- invita Villa.

Yo no sé bailar, pero quiero divertirme. Nadie nos conoce y entre los focos y la oscuridad, poco se ve. Bailamos y reímos con nuestra manera de hacer el tonto. Y así conozco otra faceta de Villamil. Es muy gracioso.

Son las seis de la mañana y la fiesta no tiene ninguna pinta de que vaya a terminar, así que decidimos pedir un taxi hasta casa.

- ¿Me quieres decir cómo voy a trabajar hoy?

- Hazte el enfermo por un día. Nadie te va a pedir justificante- rio, apoyándome en su hombro, exhausta.

- No puedo hacer eso. Pero te aseguro que me acordaré de ti.

- Y de lo bien que lo hemos pasado.

- También.

El Misterioso Chico Que Cena ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora