14.

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Se despierta con el olor a café recién hecho invadiendo la habitación. Se despereza lentamente y de repente, debe ver algo que le recuerda que no está en su casa. Se sienta, me ve y esconde la cara entre las manos.

- Qué pena contigo...- suspira avergonzado mientras se restriega los ojos.

- ¿Un café y un ibuprofeno para la reseca?- pregunto, divertida.

- Por favor...

Se va al baño y cuando vuelve, tengo el desayuno preparado. Se sienta frente a mí.

- A pesar de esta insoportable jaqueca... La noche de ayer no estuvo nada mal, ¿cierto?

- Me gustó- comparto su opinión.

Sonríe y me lanza una mirada de reojo.

- Gracias por el desayuno, pero creo que es hora de que me vaya...

- ¡Espera! ¡Quítate la camiseta!- le sueltó sin pensar. No puedo evitar ver todo el rato la mancha blanquecina de mis babas. No se nota mucho, pero yo sé que está.

Echa una carcajada.

- ¿Quieres confundirme? ¿O es que sólo pretendes deleitarte con mi cuerpo?

- No seas ingenuo. No te pega- contesto con sorna- Para que fueras objeto de deleite, ni un milagro sería suficiente.

Se echa a reír.

- Intentaré asumir la dureza de tus palabras, sin tomármelo como algo personal.

Me aproximo a él y le empiezo a levantar la camiseta. No puedo permitir que se vaya sin haberla lavado. Pero me frena.

- No voy a permitir este acoso. Aunque estemos en tu casa.- sonríe, entre confuso y expectante.

- Por fa... confía en mí. Sé lo que hago...

- Pero... ¿qué tiene mi camisa?- se la mira con detenimiento y la ve- ¿Me ha babeado?- se mofa.

- Sin querer. Por fa. Me muero de vergüenza. Te la puedo lavar y vienes a por ella...

- O sea, que además de emborracharme y babearme, me llamas cochino a la cara. ¿Crees que no tengo lavadora?

- No es eso...

- Está bien- accede y se la quita sin remolonear más. La meto a la lavadora ipso facto- Entiendo que además de no poder evitar babear por encontrarme irresistible, además quieras volver a verme. Buena táctica.

Su broma logra ponerme colorada. Siento calor en las mejillas. Me bloqueo y no me sale ninguna puyita para defenderme. En parte porque me ha pillado: quiero volver a verle. Y que no pase una semana otra vez sin tener ninguna excusa para hacerlo.

Además, no sabía que me iba a resultar tan incómodo verle con el torso desnudo. "Si tú supieras que me he aprendido esta madrugada cada rasgo de tu bonita cara..."

- Para compensar, te diré que yo he dormido mejor que nunca, contigo.

Sus palabras me calan, pero decido salir por la tangente.

- Sí. He podido comprobar que dormías profundamente a través de tus ronquidos de orco.- se la meto sin piedad.

- Yo podré roncar. Pero como un orco, no. Eso está totalmente fuera de lugar.

Lo dice tan serio que, tras una pausa, nos echamos a reír.

Le acompaño a la puerta y nos despedimos. Cuando abro la puerta, vemos a una chica llamando al timbre de Villamil. Se gira al escucharnos. No hay que ser muy lince para darse cuenta de que Villa se tensa al verla. Palidece. Ella, en cambio, sonríe. Tiene una larga melena castaña y lisa. Rasgos angulosos. Ojos color miel. Una belleza.

- Gabriela... ¿qué hace acá?

Ella, al caer en los detalles de la situación (Villa saliendo de mi piso semidesnudo), oscurece sus facciones.

- ¿Podemos hablar?

Me despido para dejarles intimidad. Sé quien es esa chica por todas las veces que Villa la nombró la noche que nos conocimos. Es su ex. De la que sigue enamorado. Y esa idea me provoca un pellizco en el corazón.

No debo hacerme ilusiones. Villamil es mi amigo. No quiero que eso cambie. Mi amigo y nada más.

El Misterioso Chico Que Cena ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora