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El misterioso chico de la gorra acude a nuestra cita de los viernes. Puntual, como siempre. Me alegro tanto de verle que no puedo reprimir la sonrisa.

No tengo muchas amigas. Por no decir ninguna. Me llevo bien con otras periodistas que he ido conociendo en mi búsqueda de un empleo estable. Otras como yo, que no quieren renunciar a escribir en libertad a cambio de un salario mensual. A veces, quedamos a tomar algo, a emborracharnos, a bailar o a conocer tíos que no valen los minutos que nos roban. Nada profundo.

Por eso, Villa es tan especial para mí. No puedo explicarlo, pero en el muchacho que tengo en frente y que me contempla sin rodeos, veo alguien en quien confiar. No le conozco y le intuyo tantos secretos... Aún así, sé que es mi amigo. Que podré contar con él si lo necesito.

Podría quedarme horas enteras sólo mirándole. Sintiéndole cerquita. Unas pocas pecas decoran su nariz. Y las marcadas ojeras le ensombrecen el rostro. Allí donde haya estado no ha dormido más que de costumbre.

Refresca. Me incorporo y escribo mi número de teléfono en una servilleta. Luego me levanto y me voy.

Apenas hace una hora que he vuelto a casa y suena el timbre. "Villa", pienso con expansiva ilusión.

- He pensado que tendrías un rato para emborracharte conmigo esta noche.- dice a modo de saludo.

Porta los bombones y la botella de licor que llevé a su casa y que quedó intacta. "Desde luego... esos bombones van a marearse de tanto ir y venir. Más vale que nos los comamos", me digo a mí misma.

- Me parece un gran plan- secundo su propuesta.

- También te traigo esto.- me entrega una carpeta de papel- Está terminado.

La abro. Es mi retrato. Está genial. Pero me ha dibujado mejor. Y se lo digo.

- Tengo la teoría de que uno a sí mismo, siempre se ve peor de lo que es. Creo que es un mecanismo de la madre naturaleza para controlar nuestra vanidad- bromea.

- Gracias, Villa.- le agradezco emocionada.

No tanto por el dibujo en sí, sino porque mientras lo hacía, estaba pensando en mí. Haya estado donde haya estado durante la semana. Más allá de haber tenido contacto físico, visual o verbal, nuestro pensamiento estaba con la otra persona. Y eso es más trascendental. Más espiritual, si quieres. Una señal de verdadera amistad.

- No, gracias a ti. He estado a punto de perder un amigo por mi mala cabeza. Sé que hablaste con Isaza.

- No hice nada. Fue casual. Sólo le di mi opinión.

Me mira. Parece estar rumiando las palabras que quiere decir.

- Quisiera... quisiera que por un momento todo desapareciera y estar solos... Usted y yo.

- No digas eso. Tus amigos te quieren muchísimo. Se preocupan por ti. Tienes mucha suerte, Juan Pablo.

- Brindemos por eso- cambia el tono de su voz y con ella, el de la conversación.

Vierto un poco de licor en vaso de chupito y los chocamos antes de bebérnoslos de un trago.

- ¿Otra ronda?- pregunto con alegría- Pero come un bombón. No vaya a ser que te siente mal- añado con sorna.

Entre chupito y chupito, nos contamos cosas. Nada demasiado personal. Descubro así que Villa va todas las mañanas, durante un par de horas a dar clases de piano a una señora mayor que le paga lo que puede y después se coloca en un lugar estratégico de la ciudad a pintar y exponer sus cuadros. Vende algunos. Y sobrevive.

Sus amigos no lo ven bien. Y sus padres ni siquera lo saben. "Quiero que siga siendo así. Que vivan tranquilos".

- ¿Qué hacen unos colombianos en Europa? ¿Te gustaría regresar?

- A mí, no. Mis amigos, seguramente lo hagan. Más pronto que tarde- suspira. Empezamos a embriagarnos. Se escancia otro chupito- Algún día te contaré muchas cosas, Mai...

Nos quedamos dormidos en el sofá, abrazaditos como dos tortolitos enamorados, ebrios y edulcorados.

Me despierto de madrugada. Me pregunto qué hora será porque ya han encendido las luces de las farolas de la calle. Luego, le miro. Y ya no me importa qué hora sea.

He dormido abrazada a él y le he babeado la camiseta. "Dios mío, qué vergüenza. Eres una cutre", me digo con inesperada calma.

Me levanto sigilosamente al baño y cuando vuelvo al cuarto, sigue en la misma postura, respirando pausadamente. Parece un niño que acumula una eternidad de sueño retrasado.

Agarro un cojín y me siento sobre él en el suelo, junto a Villa. La cabeza me da ligeros pinchazos, consecuencia de la reseca. Pero ha merecido la pena.

Alargo el brazo y acaricio su suave cabello oscuro.

Todo está en paz.

Sólo se oye el tráfico escaso que circula por la carretera y el ladrido de algún perrete.

Y yo le miro a él y sí: siento que todo está bien.

El Misterioso Chico Que Cena ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora