Antes de llamar a su puerta, entro en mi casa a por los bombones y una botella de licor que tengo sin empezar desde tiempos de Maricastaña. Reconozco que no me gusta beber sola.
- No me dejo invitar de manera gratuita- le digo cuando me abre, mostrándole las manos- El chocolate y el alcohol ayudan a... mejorar el ánimo.
- No he querido molestarla pagando la cena. Ha sido mi modo de agradecer que me escuchara y que aguantara mi borrachera.
- Para eso fueron los bombones.
- Los bombones fueron más por el artículo- sonríe por un instante y su rostro se ilumina- De todas formas, no se acostumbre ¿listo?- añade con picardía.
Ese comentario termina por ganarme. Me adentro en su pequeño hogar. He debido pillarle en plena faena, retocando mi retrato. Paso de largo porque sé que no le gusta que lo vea antes de completarlo.
- ¿Soy muy entrometida si te pregunto por cómo estás? Esta semana apenas te he oído tocar.
- No. No eres entrometida.- sonríe por segunda vez y me ofrece asiento para posteriormente, sentarse a mi lado- Pero esperaba que fueras tú la que me contara algo de su vida. Eres un misterio del que sólo conozco su nombre: Mai.
- La verdad es que me da pena que se rompa este hechizo que provoca que todo resulte novedoso. Además, seguro que en cuanto sepas más sobre mi vida, perderías el interés.
- Tienes razón. No hay nada como las primeras veces, ¿no? Como cuando conoces a alguien y la miras a los ojos, por primera vez.- consiente, clavando su pupila en la mía. Un escalofrío desciende por mi cuero cabelludo hasta mi espalda- Tengo una idea. Una pregunta personal al día. ¿Juega?- me tiende su mano.
- ¡Me encanta jugar!- se la estrecho. Su mano es cálida y suave. No se aparta enseguida y me gusta. Me transmite confianza su manera de "tocarme".
Sí, ya sé que puedo parecer exagerada, pero cuando apenas se conoce a alguien, cómo reacciona tu cuerpo ante el más mínimo contacto es importante. También me gusta cómo me mira. Me produce ternura. Creo que todas las mujeres distinguimos cuando la mirada de un hombre nos da asco por lo que leemos en ella. En los ojos de Juan Pablo sólo veo un mar infinito y transparente.
- Empiezo yo.
- ¿Ah, sí? ¿Y por qué tú? ¿Qué regla del juego lo dictamina?
- Vamos... es evidente. Conoces más de mí que yo de ti. ¿Es que me vas a discutir cada cosa que diga o haga?
- ¿Es esa la pregunta?
- Obviamente no.
- Entonces, tendrás que esperar para descubrirlo- respondo con malicia.
- Bien. Pregunto. ¿Tu corazón está ocupado?
- No sabe, no contesta. Me toca.
- ¡Ah, no! Eso es trampa. ¿Tanto miedo tiene a que la conozca un poquitico?- me tira el cojín sobre el que está apoyado.
- Lo siento. Supongo que me cuesta hablar de mí... Y es cierto que no lo sé. Yo también he terminado con alguien hace poco...- me escucho hablar.
Una voz interior me ordena que me calle, pero Juan Pablo ha derribado las murallas que encerraban un torrente de emociones y ya no puedo contenerlo.
Desde que César me dejó, me había refugiado en mi trabajo y en apremiantes preocupaciones como buscarme la vida para pagar el alquiler y no volverme loca entre los recuerdos que me acosan por la noche.
Lo bueno de estar sola, de no tener familia cerca y de que todas tus amigas, lo fueran antes de él que tuyas, es que mientras no te pregunten, puedes fingir normalidad. Y yo siempre he sido una persona dura, fuerte, de las que les gusta pasar desapercibida.
A temprana edad, aprendí que a nadie le importaba mi existencia. Para mis padres, lo primero era el éxito en su trabajo. Mis hermanos mayores me llevaban demasiados años de diferencia como para compartir intereses y mi hermana pequeña era una bebé.
Cuando tenía ocho años, hice el experimento de no hablar en todo el día y nada cambió. Nadie se inmutó ni se dio cuenta. Así fue como comencé a apostar por el silencio y a observar los comportamientos, a decir a cada persona lo que quería oír. A nadie le gusta que le señalen los defectos. Y me parece que bastante cruel es la vida como para empeñarse en serlo una.
En el cole, fui una niña tranquila. No llamaba la atención y nadie se metía conmigo. Tenía dos o tres compañeras de mi estilo y nos aguantábamos mutuamente.
Otra cosa fue el instituto. Exploté por dentro y crecí por fuera. Era guapa aun sin maquillarme ni vestirme con escotes o faldas cortas. Comencé a salir con los chicos más malotes, a sacar malas notas y a pasarme las tardes en bajeras fumando cachimba.
Después llegó César y ordenó mi vida con ese trato amable que se gastaba, su paciencia infinita y esa carita de niño travieso que me enamoró. Me ayudó con los estudios y continuamos juntos durante la carrera.
No podía odiarle. No podía. Y eso aumentaba el dolor.
De repente, me callo. Soy consciente de que todo eso lo he dicho en voz alta. Ante un desconocido que me contempla sin juicios. Sostiene mi mano entre las suyas.
- No estás sola. Nunca más vas a estarlo- susurra.
- Creo que es mejor que me vaya.
- No tienes que avergonzarte, Mai. Hemos pasado por lo mismo. Nos podemos hacer bien.
- Desde que te vi supe que tenías algo de brujo. Creo que nunca me había abierto así con nadie.
- No te preocupes. Entre mis muchos conjuros está el de cuidar de ese pedacito de corazón que abandonas esta noche en mi humilde morada. Prometo devolvértelo cuando se recupere.
Él sonríe y yo le abrazo. Hacía mucho tiempo que no abrazaba a nadie. Y un calor intenso me inunda al sentirme rodeada por sus brazos.
"Sí, del todo. Eres medio brujo, Juan Pablo"
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El Misterioso Chico Que Cena Conmigo
FanficQue Juan Pablo Villamil es mi crush sí, pero que esta historia sea sobre el chico del banjo de Morat es otra cosa... ❤