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Thais

Frustrada me paso ambas manos por mi rostro y me levanto con toda la pereza del mundo para meter mi hermoso trasero al baño. Aang ya ha salido hace un par de minutos, el muy idiota me recordó antes de irse de no llegar tarde.

No sé cuánto tiempo estoy metida dentro del baño, pero decido salir e ir a buscar ropa. Abro el armario mirando cada una de las prendas que seguramente eligió Anton. Lo cierto es que tiene un gusto exquisito. Opto por una falda negra y una blusa azul con escote en V en medio de mis pechos con las mangas largas. Con mi cabello negro decido atarlo en un moño bien formado, me maquillo lo normal y al verme lista en el espejo, decido salir de la habitación para encontrarme con Elliot.

—¿No vas a desayunar, mademoiselle? —me pregunta Anton al pie de las escaleras.

—No, gracias —fuerzo una sonrisa. —Ya voy tarde. A tu jefe no leva a gustar.

Me entrega un maletín. —Me alegra verla de nuevo, señorita Thais.

—Igual yo, Anton.

Salgo por la puerta, cuando piso afuera, el coche me está esperando y Elliot sostiene la puerta trasera abierta.

—Buenos días, señorita Thais.

—Buenos días, Elliot.

Me deslizo en el asiento.

Miro mi reloj de nuevo mientras me pongo a estudiar el pendrive que me ha dado Aang en la laptop solo para demostrarle a ese idiota estirado que puedo ser la mejor secretaria que ha tenido nunca. Mi meta es trabajar para pagar la reconstrucción de su casa y terminar el contrato, y luego nada podrá hacer que me quede con él.

Una vez llegamos, Elliot aparca el coche en la empresa. Salgo y en lugar de entrar me dirijo a una cafetería cerca. Me pido un café para llevar, realmente me siento muy cansada por todos los datos que tuve que analizar.

—¿Quieres que Aang la tome contigo por llegar tarde? —Elliot me sonríe como si ya supiera la respuesta.

—No sé cómo lo soportas, es un ogro.

El camarero tiende mi café y tras pagarlo con el dinero de Aang y darles las gracias me marcho a mi puesto de trabajo. Al llegar, Aang está ahí plantado, revisando una carpeta. Me mira de reojo cuando dejo mis cosas en los cajones.

Tomo asiento y él me observa con sus intensos ojos mientras degusto el café. Veo que ya son las ocho, pero sigo bebiéndolo solo para fastidiarlo y decido mirar otra parte.

―Es hora de ponerte a trabajar ―levanto la mirada para encontrar con los suyos. ―¿Qué miras?

Tomo aire para no contestarle de mala manera, le doy la mejor sonrisa forzada del planeta.

¡Uy! Paciencia Dios mío.

―Como quieras.

Cierra los ojos con fuerza, marchándose luego.

Solo soporta y no respondas. Me repito a medida que pasan las horas, por suerte su secretaria Marguerite es tan buena que me ofrece su ayuda. Casi faltando media hora para el almuerzo la secretaria me avisa que Aang me necesita en su despacho.

Absurda [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora