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Thais

Una vez que terminé de actualizar el cronograma de citas de la semana, para que sepamos a quién esperar para una reunión con uno de los empleados, hago un pedido de tarjetas de acceso, ya que nos estamos quedando un poco cortos de ellas.

—Realmente estás aprendiendo el truco de las cosas ―me elogia Marguerite.

Una cálida sonrisa se extiende sobre mi rostro.

―Es porque eres una buena maestra —se ríe ante mi comentario.

Cuando suena el teléfono y vemos que es una llamada interna del piso ejecutivo, Marguerite murmura: —Es tu turno. Yo tomé la última.

Arrugando mi nariz hacia ella, respondo:

—Habla Thais.

―Ven a mi oficina ―dice Aang bruscamente.

No he hablado con Aang desde que lo dejé con tremenda erección y me pregunto por qué quiere volver a verme.

―Enseguida voy, señor.

Quitándome el auricular, lo dejo sobre el mostrador.

―Me ha convocado a su oficina.

―Buena suerte.

Caminando hacia la puerta de su oficina, no puedo pensar en una razón por la que Aang quiera verme. Con suerte, no hice nada malo. Después de tocar, abro la puerta y entro en la oficina.

Aang levanta la vista desde donde está sentado en el sofá de cuero, leyendo algo en la tableta que tiene en las manos. Una sonrisa se extiende por su rostro y deja el dispositivo y hace un gesto hacia el escritorio.

—¿Qué tal eres con la captura de datos?

—Eh... Soy bastante buena ―lo sigo hasta el escritorio, y cuando me indica que tome asiento en su silla, casi frunzo el ceño, pero me detengo a tiempo.

Una vez que estoy sentada, dice: —Transfiere todos estos informes al sistema.

Antes de que pueda alcanzar el primer informe, coloca su mano en el respaldo de la silla y se inclina parcialmente sobre mí, señalando la primera página.

—Verás que es básico y deberías entenderlo rápidamente.

Asiento con la cabeza y, al mirar hacia arriba, me doy cuenta de lo cerca que está de mí. El aroma especiado de su loción se entreteje en el aire que respiro y, por un momento, se siente bien. Se establece otra ola de comodidad, haciéndome mover con inquietud en la silla; porque si no lo hago, posiblemente salte encima de él y termine montándolo hasta gritar su nombre.

Entonces Aang señala la pantalla de la computadora portátil.

—Escribe en la primera fila, así puedo asegurarme de que sabes qué hacer.

—Sí, señor ―verifico dos veces todas las cifras a medida que ingreso la información, y una vez que termino, lo miro.

Coloca su mano en mi hombro y, dándome un ligero apretón, murmura: —Esa es mi pequeña.

Absurda [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora