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Verónica

Anoche intenté calmarme para actuar de forma normal con Theodore a la mañana siguiente, ya que no estaba segura de poder responder nada, al menos no sin llorar. Ya era suficiente con que Theodore me hubiera humillado de la forma en que lo hizo. No es necesario añadir alcohol a la herida y llorar como una niña pequeña que acaba de ver cómo le arrancan la cabeza a su muñeca o que le habían comido su dulce.

Está mañana desayunamos sin que él dijera una palabra, luego salimos y tuve la oportunidad de entrevistar a unos cuantos conocidos suyos. Creo que solo me los envía para deshacerse de mí.

Miro a Vale, que está sentado bajo el techo de la cubierta fingiendo leer alguna revista de autos mientras me vigila. Es como un perro guardián. Cuando yo me muevo, él se mueve.

Es una estupidez, en realidad.

Estamos en un yate. ¿Dónde mierda voy a ir? ¿Por qué diablos pone que me vigilen sí solo esta en una reunión no muy lejos de aquí?

Me pongo las gafas de sol y me acomodo de nuevo en el sillón, haciendo lo que había estado haciendo durante las últimas horas. Al menos estoy disfrutando de Rusia a pesar de que no me llevo muy bien con el frío. Me niego a permanecer en una habitación como una prisionera y dejar que las paredes me asfixien. Cuando le pedí a su asistente un traje de baño, hizo que me enviaran tres bolsas de trajes de baño desde el otro lado del continente. Las etiquetas de los precios de algunos de ellos son ridículas, a juzgar por la diminuta cantidad de tela que habían utilizado para confeccionarlos. Después de perder una hora de mi vida revisándolos todos, opté por un traje de baño negro sin tirantes. No es necesario que llamara la atención de nadie por aquí.

Cierro los ojos e intento acallar mis pensamientos cuando oí el ruido intenso del motor de una moto acuática, cada vez más fuerte.

Solo abro los ojos cuando el sonido pasa al lado del yate. Theodore se lanza al agua desde la moto acuática y se acerca al borde del yate. Sale del agua, con sus marcados brazos mojados y su bronceado permanente reluciente. Se levanta y se pasa una mano por el cabello dorado mientras el agua sigue goteando por su cuerpo.

Dios. Es como una escena de un maldito anuncio de Calvin Klein. Con los abdominales destrozados, húmedos y tentadores, cada músculo tonificado de su cuerpo besado por el sol y prácticamente bañado en pecado, agradezco que mis ojos estén ocultos tras unas gafas de sol oscuras. Ya me había avergonzado lo suficiente cuando se trata de él.

Theodore agarra una silla de salón y la coloca junto a la mía antes deacomodarse en ella. Mi pulso se acelera al instante, cada centímetro de mi piel se acaricia con su presencia. Dios. Odio que me afecte simplemente por estar cerca de mí.

—Seguro que tiene que haber un traje de baño menos revelador entre los otros que se cargó en mi tarjeta de crédito.

Me rio.

—¿Hablas en serio ahora mismo?

—¿Hay algo en esa frase que te haga pensar lo contrario?

—Sí. El hecho que te creas con derecho a opinar sobre lo que me pongo. Además, que haya sido comprado con tu tarjeta de crédito no significa que puedas mandar en lo que me pongo. No me has hablado en todo el puto día y ahora te crees que tienes derecho sobre mi cuerpo.

—Me diste el derecho cuando has decido venir conmigo.

—No te lo di. Solo acepte venir contigo.

—Sí me lo diste. Todo lo que tiene que ver contigo me afecta quieras o no.

—Sin embargo, me has ignorado como si no existiera.

No me mira y sigue mirando al frente como si no me hubiera escuchado.

Absurda [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora