2. Mil pedazos

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NATALIE

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NATALIE


Daba gracias al cielo por que la primera semana de universidad ya estuviera afrontada. Estaba claro que, literalmente, yo no había empezado con muy bien pie mi llegada a Los Ángeles y aunque solo llevara tres escasos días de rutina debido a que habíamos comenzado las clases a mitad de semana... sentía que ya había tenido suficiente.

—Lo digo en serio —prosiguió Susan, mirando con desgana el té que le acababa de servir el camarero—. Esta semana ha sido matadora. Necesito fiesta.

—Necesitamos —corrigió Abby—. Suerte que esta noche organizamos una.

Mis dos amigas se miraron cómplices y acabaron por chocar los cinco, deseosas de desfogue y alcohol. Yo, por el contrario, no pude evitar soltar un resoplo y beber otro sorbo de mi granizado con la pajita.

Por lo que tenía entendido, se habían apuntado a una de las nuevas fraternidades de la universidad, la única que era mixta y que estaba buscando novatos para entrar en ella. No se lo habían pensado dos veces teniendo en cuenta sus respectivas situaciones: Susan quería independencia, decía no soportar más a sus padres en la convivencia y Abby necesitaba un nuevo lugar donde vivir, así como sentir al máximo la experiencia universitaria.

—Nat, vendrás ¿no? —cuestionó Susan, sobresaltando mis pensamientos—. Tú también has tenido una semana de mierda. Te mereces pasarlo bien.

Parte de mí no tenía ganas de festejar nada. Solo pensaba en encontrar un buen trabajo, con horario flexible y en el que pagaran medianamente bien para ya poder quedarme tranquila.

—Tengo que pensarlo. Necesito descansar y os recuerdo que tengo un esguince. No es cuestión de irme de fiesta.

Exacto, por desgracia William había llevado razón y cuando me había llevado al médico... el médico dictaminó que tenía un esguince de grado uno —el más leve por suerte— y que por ello tenía que guardar algo de reposo y ponerme hielo durante unos días.

Observé cómo Abby volvía a rodar los ojos, no sin antes absorber de su pajita para terminarse su batido de fresa.

—No pongas excusas baratas. William puede cuidar de ti. ¿A que sí, Will?

Le pegó un pequeño codazo al de ese pelo anaranjado, quien no tardó en reaccionar esbozando una mueca de confusión. Mi amiga acababa de interrumpir lo que parecía ser una profunda conversación con su primo Trevor en la que estaban hablando en danés. No me enteraba de nada, peor era fascinante escucharlos.

—At? Hvad sagde du? —dijo mirando a Abby, pero pronto sacudió la cabeza y sonrió—: Quiero decir... ¿qué pasa?

—Guau. Me flipa oírte hablar en danés —intervino Susan, con cara de asombro.

—¿En serio? Eso nunca me lo has dicho a mí —dijo Trevor simulando estar ofendido—. Me llevas escuchando años hablar en danés, desde que nos conocemos... ¿Y ahora te flipa el acento de mi primo, pero el mío no?

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora