30. Discreción

367 28 14
                                    

NATALIE

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

NATALIE


Sabía que ese viaje no iba a ser fácil para mí. Sabía que, incluso, se iban a desenterrar heridas del pasado... pero lo que nunca hubiera imagino era la decisión de mi padre.

¿Vender nuestro hogar?

Lo más desgarrador de todo era que comprendía a la perfección sus razones. Entendía que aquel fuera su deseo; dejar Seattle como nosotros, cambiar de vida, renacer en otro lugar... pues ya no había nada que le atase de verdad a esta ciudad.

Lo único que le quedaba allí eran los recuerdos de una vida que ya ni siquiera existía. El recuerdo de nosotros de pequeños, de una familia feliz, de un trabajo estable y prometedor... El recuerdo de Mamá. Pero ¿acaso este último no era lo suficientemente importante como para querer conservarlo siempre?

Dereck me apoyó en su pecho en cuanto se lo dije y, sin más, me derrumbé. No podía remediarlo, menos aún ante él; el único chico con el que yo era capaz de llorar y abrirme sin miedo a nada, con quien me permitía ser débil.

Seguí llorando, en mi pecho notaba tal tristeza que muy en el fondo de mi corazón supe que todo venía por esa herida abierta y que nunca llegaría a sanar. No había nada que ahora mismo pudiese hacerme sentir mejor ni mucho menos que pudiese quitarme este tormento de la mente... pero me sorprendí cuando, con tan solo sentir los brazos de Dereck sujetarme con fuerza, sentí que me tranquilizaba. Que mis lloros terminaban siendo menos sonoros y que su respiración lograba enseñarle a la mía el camino para relajarse.

—¿Tu padre sabe que estás así? —cuestionó cuando ya me había tranquilizado.

Negué con la cabeza sobre su pecho, aun sin mirarle y abrazándolo más fuerte. En esos instantes el pecho de Dereck se había convertido en mi lugar seguro y él no se podía ni imaginar el efecto que hacía en mí eso. No era consciente de todo lo que él significaba para mí ni mucho menos lo que suponía para mí que me hubiese acompañado hasta Seattle.

—Pues estoy seguro de que, si lo supiera, recapacitaría sobre ello, Natalie —me dijo—. Dudo que haya alguien en el mundo que sea capaz de verte así y no remover tierra y mar para evitarlo.

Mi vientre ardió y sus palabras hicieron eco en mi pecho, grabándose lentamente. Entonces le miré, sin importarme mi aspecto: lo hinchada que tendría la nariz, lo mal que habría quedado el rímel emborronado y mi rostro enrojecido. Encontré ese verde aceitunado de sus ojos en el que tantas veces me había perdido y... esas pecas, y no pude remediar sonreír.

Una de sus manos me acarició el rostro en respuesta, secando parte de las lágrimas, conforme sus pupilas me observaban con furor. Estaba tan próximo a mí y el calor de sus labios me llegaba tan de cerca que no comprendía cómo mi cuerpo era capaz de aguantar tanta atracción hacia él.

—Y tu padre te quiere con locura, nena. No llevo ni veinticuatro horas aquí y ya he podido ver la relación que tenéis... deberías decírselo. Tenéis confianza.

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora