10. Solo escúchame

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DERECK

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DERECK


Sean y yo nos apoltronamos en ese viejo sofá del apartamento para jugar a la consola, después de que Natalie se encerrara —enfadada, como siempre— en su habitación. Parecía haberse propuesto estar en constante guerra conmigo, sin importar lo que yo hiciese o dejase de hacer. Ya había asumido que a ella todo le iba a parecer mal si venía de mí. Pero no la culpaba, es más, pensaba cargar con toda su ira hasta que un día decidiese enterrar el hacha de guerra o incluso perdonarme. Después de todo, era lo que me merecía.

Aun así, siendo plenamente honesto, verla así conmigo me jodía bastante. Me ponía furioso solo pensar que, emocionalmente hablando, estaba tan lejos de mí.

Durante un buen rato, prácticamente perdiendo la noción del tiempo, el rubio y yo estuvimos jugando a la Xbox. A ese mítico juego de lucha al que siempre habíamos jugado los tres elementos del apartamento; Sean, Thomas y yo. Después de todo, parecía que nada había cambiado, Sean seguía siendo un negado con los controles del mando, yo estaba en mi punto justo... mientras que recordaba que Thomas siempre había sido el puto amo en ese juego.

Al final, Sean me convenció para que me quedara a cenar y, en vez de ponernos a cocinar, se le ocurrió la genial idea de encargar unas pizzas. No tenían servicio a domicilio, así que —después de preguntarle a Nat si cenaría con nosotros y obtener un rotundo no de su parte— mi amigo se fue a recogerlas al restaurante en cuestión. Mientras, ahí me quedé yo, solo, en el salón del apartamento.

Por unos segundos me debatí internamente si acercarme a la habitación de Natalie a hablar un rato con ella.

A pesar de haber intentado por todos los medios no pensar en lo sucedido hacía una hora, mi mente no se había ido todavía de ese momento junto a Nat. Aún podía sentir el sudor frío recorrer mi frente y espalda de haber estado tan cerca suya, experimentando esa magnética atracción hacia ella.

Joder. No lograba comprender cómo después de meses mi cuerpo seguía reaccionando de la misma manera cuando ella estaba presente.

Y por no hablar de mi mente, se volvía loca. Solo había que verme: Dos putas veces. Dos veces que había intentado confesarme esa tarde y dos veces que había sido incapaz de pronunciar las palabras oportunas. Siempre había alguien que acababa interrumpiéndonos... pero, aunque no hubiera sido así, ni siquiera sabía qué quería conseguir con ello.

Era una manera de... ¿desahogarme? ¿tener alguna oportunidad de recuperarla? No estaba seguro, me había guiado por impulsos. No sabía qué mierda pretendía conseguir si ya me había dicho a mí mismo una vez que no volvería a ella hasta que estuviera fuera de toda actividad ilegal. Así que, por lo menos todo eso me sirvió para llegar a una conclusión: no era buena idea saber si Natalie me había olvidado o no, ni mucho menos que ella supiera que yo no lo había hecho.

Sin darme cuenta, ya estaba de pie, frente a su puerta de madera. Mi cuerpo había ido prácticamente solo a hacerle esa visita y cuando fui consciente de ello, me lo pensé dos veces antes de llamar a su puerta. Joder, ¿qué estaba haciendo?

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora