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NATALIE

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NATALIE


Pocas veces había visto a Dereck así de vulnerable, por no hablar de que siempre se lo guardaba todo dentro hasta, de pronto, explotar. La primera vez que lo había visto así había sido cuando me había hablado de los problemas con su familia y de la verdad sobre su padre. La segunda, en Seattle, tras mi intento de secuestro. Y la tercera era esta: cuando me estaba contando los detalles sobre su madre, sus cartas y, lo que más me había impactado; ese pasado que tan guardado tenía.

Su abandono no había sido más que la punta del iceberg para todo el sufrimiento de Dereck.

—No vuelvas a decir eso... —musité, obligándole a mirarme—. No eres como tu madre.

—Vamos, mírame, joder. Mi madre era una yonki. Se pasó años metida en rollos raros, con gente que le vendía droga y a la que luego debía dinero... ¿y yo? Me rodeo del mismo tipo de gente, estoy en un mundo parecido y...

—Eso no te convierte en alguien como ella.

Dereck desvió la vista de mí y yo eché todo el aire contenido, siendo consciente de las tremendas similitudes en cuanto a sus respectivas vidas.

Sabía que, por mucho que me hubiera abierto su corazón, aún me faltaban detalles de esa infancia que había tenido y de cómo había sido la separación de sus padres. Pero lo que me había contado era más que suficiente para hacerme una idea de la falta de amor que había tenido durante años, de cómo su madre había estado ausente incluso antes del abandono y de la clase de discusiones que habría tenido que presenciar siendo tan pequeño.

—Porque, para empezar, tú no abandonas a tu familia —le dije, dando un paso hacia él, pero seguía sin mirarme—. Has tenido miles de motivos para dejar de ver a tu padre, para odiar a tu hermano... y, en cambio, sigues junto a ellos. Los quieres y no les has dado de lado por mucho que vuestra relación no sea la mejor de todas.

Los ojos verdes de Dereck por fin volvieron a mí, pero aún no del todo convencidos.

—Y tengo más razones por las que sé que no te pareces a tu madre. —Otro paso más y ya lo tenía completamente para mí. Tomé sus manos. Sus ojos verdes, cansados y resacosos, se quedaron fijos en los míos—. Tú sí has querido salir de las drogas. Dejaste de vender, dejaste los vicios... y ahora, sigues luchando por dejar el resto de ese mundo. Puede que durante un tiempo de tu vida estuvieras perdido... pero ahora ya sabes lo que quieres y lo que es bueno para ti. No te quites el mérito de eso.

Le di un pico en los labios y le rodeé el cuello con fuerza para reconfortarle en un abrazo. Cerré los ojos en cuanto sentí cómo él me rodeaba la cintura.

—En realidad eres tú la que tiene el mérito de eso, nena —susurró, y yo no pude evitar sonreír—. Sin ti, no sé dónde estaría.


Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora