41. Veinticuatro horas

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DERECK

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DERECK


No iba a negar que estuviera acojonado. En el momento en que había visto a Natalie en el suelo con todos esos cristales rotos a su alrededor y al jodido de Campbell frente a ella, se me había parado el puto corazón. Y el mundo también parecía haberse detenido por un segundo.

Ahora, lo tenía frente a mí; a ese hijo de puta, a sus ridículos tatuajes de la cara y a toda su prepotencia que no hacía más que aumentar cada vez que abría la boca. Pero, por primera vez en varias semanas, me sentía seguro y respaldado. Lo curioso es que no era precisamente por los guardaespaldas, sino por la gente de mi alrededor. Por el sitio en el que estaba. Había tantas personas que esos delincuentes no se iban a atrever a tocarme un pelo.

—¿Cómo está tu novia? —Fue lo primero que me dijo—. Veo que no le caigo en gracia, ¿habéis visto la cara que ha puesto al verme?

Campbell echó una risa, casi parecía forzada, y sus tres secuaces le secundaron como puros borregos. Mientras, yo tenía que concienciarme y tranquilizarme mentalmente para no abalanzarme sobre él y acabar con el problema yo solo y ahí mismo.

—Dispara, Campbell. No tengo tiempo para juegos.

—Quiero a tu novia, aquí, con nosotros... y entonces hablaremos.

Apreté el puño. Me hervía la sangre solo de pensar en lo que le diría y en cómo la miraría. Lo peor es que él lo sabía, sabía que me sacaba de mis casillas y por eso me atacaba de esa manera.

—No la voy a traer hasta ti.

Mis guardaespaldas lo miraron y, con total serenidad, pronunció uno de ellos:

—No estás precisamente en condición de pedir nada, Elijah Campbell. Así que más te vale que empieces a hablar.

—¿Qué quieres de mí? —le insté—. ¿Por qué estás aquí?

El cabronazo ni los miró, a pesar de que se notaba lo mucho que le jodía tenerlos a su lado y que le dirigieran la palabra. Siguió con su odiosa mirada llena de burla sobre mí.

—Vamos, Dereck... enróllate un poco. Trae a tu bomboncito, que solo quiero divertirme... —dijo con socarronería. Respiré hondo y tragué saliva. De verdad que tenía que poner todo mi empeño para aguantarme las ganas de soltarle un puñetazo—. Y más cuando tus putos guardaespaldas son como un grano en el culo. Mantenernos vigilados no va a rebajar tu deuda conmigo, ¿sabes? Y el haber sido ilocalizable durante días tampoco.

Me pareció extraño escuchar eso, pues hasta ahora Campbell había conseguido seguir casi todos mis pasos. Nos había encontrado, incluso, en Seattle. Pero suponía que gracias a la vigilancia con la que nos habíamos reforzado, le había costado mucho más.

—¿Qué pretendías que hiciéramos después de todas tus trastadas? ¡Incluso fuiste a por mi novia! No voy a quedarme de brazos cruzados mientras...

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⏰ Última actualización: 15 hours ago ⏰

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Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora