39. Una explicación

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DERECK

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DERECK


El sabor de Natalie, de sus labios, su cuello... explosionaba dentro de mí. Mis emociones parecían de otro mundo, como si mis terminaciones nerviosas no comprendiesen el efecto que ella hacía sobre mí. Y el besarla ya era una auténtica locura.

—Bésame, nena —le pedí a un centímetro de su boca. Me moría por hacerlo yo, pero más todavía juguetear con ella—. Bésame hasta que se me olvide este día.

Estaba completamente a mi merced, sobre mi moto, de esa manera tan poco cómoda y tenía tantas ganas de hacerla mía... que sabía que me iba a ser difícil parar. Sus labios hinchados, sus mejillas ruborizadas y con ese atuendo tan sexy... ¿cómo iba a poder resistirme?

Las manos calientes de Natalie se agarraron a mi cuello, pegando al completo nuestros cuerpos. Entonces me besó. Enganchó mis labios con tal lentitud y sensualidad que supe que ella podía hacer realidad cualquier cosa, incluso lo que le había pedido.

De verdad necesitaba olvidarme de este día. De mi "padre" y sus mentiras, de mi madre mandando cartas desde Minnesota, de ese sentimiento de abandono que crecía cada vez que lo pensaba... de todo.

De todo, menos de esto; de nosotros.

Y ella conseguía hacerlo. Era mirarla y sentir que no había nadie más en el mundo. Un efecto que ni el alcohol ni emborracharme hasta perder el juicio era capaz de hacer, un efecto que ni siquiera la adrenalina lograba canalizar. Pero ella sí.

Sus piernas se engancharon a mi cintura conforme nuestro beso se aceleraba solo. No me paré siquiera a pensar cuando mis manos ya estaban jugando con su delantera. La presioné con mis dedos, masajeándola. Madre mía. Llevaba un sutil escote, de esos que te dejan con la miel en los labios, de esos que a mí me volvían loco. Acaricié el filo de su camiseta, tanteando en mi interior la idea de quitársela.

La piel de esa zona era suave, más todavía cuando la tocaba con los labios. Empecé a besar su pecho, despacio y con cuidado. Quería besar más allá de ese top, pero me conformé con subir hacia la clavícula. Pude ver por el rabillo del ojo cómo Nat suspiraba y cerraba los ojos, dejándose hacer. Seguí hasta su cuello lentamente, esta vez humedeciéndome los labios y ella soltó un gemidito.

Dios, no podía resistirme. No si ella también parecía desearlo.

—Dereck... —masculló, hundiendo sus dedos en mi cabello—. Deberías parar si no quieres...

—¿De verdad quieres que pare?

La miré a los ojos y supe que estaba febril. Supe que nuevamente había conseguido remover uno de sus puntos más débiles.

—¿Tú quieres parar? —Suspiró. En su mirada se veía lo encendida que estaba.

Le di un pico, volví a su cuello, dándole toquecitos con los labios y lamiéndola de vez en cuando, entonces susurré:

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora