23. ¿Estás preparada?

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DERECK

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DERECK


Subirme a la moto y darle potencia al acelerador no había sido una decisión fácil de tomar. Por una vez en la vida mi mente y mi corazón se habían puesto de acuerdo en algo; me pedían al unísono que diera media vuelta, que me arriesgara, que volviera con Nat y me quedara por el resto de la noche en su compañía.

Y así lo deseaba, con todas mis fuerzas, joder.

Mientras conducía, notando el viento y la velocidad atizar mi ropa, la imagen de Nat en mi cabeza se hacía cada vez más nítida. Más punzante. Esa rebosante preocupación y sus implorantes palabras. Aún podía sentir sus carnosos labios en los míos, ese roce suyo, besándonos de esa manera tan... uf, adictiva. Pero tuve que obligarme a pensar en frío, a no dejarme engatusar por mis impulsos y convencerme de que, al menos, ella estaría bien y cuando acabara toda esa infernal noche la llamaría para escuchar su voz.

No tenía más remedio, al fin y al cabo. Y me acababa de dar cuenta de que lo que acababa de vivir en el bar con Natalie era un perfecto símil de nuestra situación: la necesitaba cerca, era ella quien me daba fuerzas, pero al final del día siempre acababa separándonos el mismo detalle de siempre. Detalle, por llamarlo de alguna manera.

No me pasé siquiera por la discoteca y fui directo a ese descampado, aparcando antes mi moto en el garaje que Frank nos dejaba utilizar. Cuando me bajé de ella, ese punzante malestar que me atravesaba las costillas me atormentó de nuevo. No estaba seguro de si Nat tendría razón, de si me habría roto alguna costilla... pero fuese como fuese, no podía irme al hospital ahora.

Tenía unos asuntos que zanjar, una segunda carrera que ganar y debía darle su merecido a Elijah Campbell.

Entre toda la muchedumbre que ya se estaba aglomerando alrededor del circuito y festejando con alcohol el espectáculo que iban a recibir esa noche, pude localizar mi coche negro de carreras. Había un grupillo de personas que se estaban haciendo fotos con él e incluso se habían apoyado en el capó, así como en la zona del maletero, pero no me importó lo más mínimo cuando por fin localicé a Adam junto con los mecánicos.

Estaban mirando una serie de papeles con muecas concentradas, seguramente sopesando los puntos débiles de mis contrincantes y mis fortalezas propias. 

No me hizo falta llamarles ni acercarme del todo a ellos cuando conseguí toda su atención. Mi hermano dejó a Henry —el mecánico jefe— con la palabra en la boca y se acercó a mí con premura, junto a una mueca que pocas veces había podido presenciar en su rostro. Estaba de piedra, con unos ojos llenos de... ¿preocupación?

—¿Qué ha sucedido? —Comenzó a examinarme—. Madre mía, Dereck, estás hecho un... puf, ¿estás bien?

—Estoy bien, sigo en pie —contesté, deshaciéndome de sus gestos hacia mí. No tenía tiempo para que mi hermano sintiera lástima por mí—. Campbell es lo que ha pasado, Adam. Ese hijo de puta mandó a sus secuaces, me acorralaron y me...

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora