20. No te alejes

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NATALIE

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NATALIE


Me froté los ojos para adaptar la vista. Todo estaba oscuro, pero los rayos de sol que escapaban de esas cortinas tupidas, iluminaban lo suficiente como para ver qué había a mi alrededor.

Una habitación. Numerosos posters colgaban en su pared e intercepté, entre tanto mueble, una guitarra en una esquina.

Me removí como pude entre las sábanas y terminé de ser consciente que estaba sobre una mullida cama de matrimonio. No me dio siquiera tiempo a entrar en confusión sobre cómo había llegado ahí, cuando gran parte de lo que había sucedido anoche aclaró con rotundidad mi mente.

Me había pasado tres pueblos con la piña colada. Me había quedado dormida en... ¿el baño? Había vomitado, aún podía sentir esa amarga sensación en mi garganta. Y, uf, también había llamado a Dereck... no sabía si esa idea me agradaba o me hacía sentir débil ante lo que seguía sintiendo por él, pero fuera como fuese, había sido la única persona en la que había pensado en esas circunstancias.

El único que sabía que podía hacerme sentir mejor, que podía... cuidarme en esos momentos.

Y a la vista estaba: aquel pensamiento respondía perfectamente a la respuesta sobre quién era el dueño de la cama. Además, se palpaba en el ambiente que esa habitación llevaba el nombre de Dereck Hughes. Lo que no sabía era dónde estaba él, pues cuando enfoqué mi vista en el sitio que quedaba libre a mi lado derecho, este estaba vacío.

Tras encontrar una botella de agua en la mesilla, de la que no tardé en beber con cierta desesperación y terminarla prácticamente entera, me decidí levantarme de la cama para encontrar el cuarto de baño.

No obstante, mi pie no llegó a tocar el suelo cuando noté un extraño bulto a mitad seguido de un leve quejido que me hizo apartarlo con rapidez:

—Ah, joder... Cuidado...

Apurada, miré al suelo y ahí encontré a Dereck, rodeado de cojines y medio tapado con sábanas, retorciéndose un poco por mi pisotón.

—Perdón —Me llevé una mano a la boca para taparla—. ¿Estás bien? No sabía que estabas...

¿Le había hecho daño?

En ese instante Dereck terminó de abrir los ojos y entonces pude divisar en su rostro una pequeña sonrisita.

—Estoy bien... pero ¿es esta tu manera de agradecerme la ayuda? ¿a patadas? —se quejó, con esa voz tan rasposa como sexy. Sus sagaces ojos no tardaron en posarse en mí, en un término medio entre risueños y ofendidos—. Buenos días a ti también, Natalie.

—Ya te he pedido perdón —declaré—. Aun así, ¿a quién se le ocurre dormir en el suelo?

—Joder, pues a mí —se rio un poco—, después de que rechazaras mi oferta de dormir juntos, claro.

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora