26. Otra vez, no

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NATALIE

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NATALIE


Despertar al lado de Dereck era algo que había sido, hasta hacía unos días, inconcebible para mí. Pero ahí estaba, acurrucándome más en su pecho, refugiándome del frescor mañanero y notando cómo su brazo me arrimaba más hacia él en forma de abrazo.

Sentir su agradable olor, la calidez de su piel y ver esa mirada nada más abrir los ojos por la mañana, lograba llenarme de nostalgia.

Y felicidad.

—Buenos días, pequeña mandona ... —susurró.

Seguidamente me dio un tierno beso en la cabeza. Bajo esa mirada dulce, localicé una sonrisa que salía de sus labios junto con esas pecas que aumentaban desde las mejillas hasta su nariz. Parecía haber podido descansar. Igual que yo, que sentía que ese sueño había sido demasiado reparador.

—Buenos días, Hughes... chico malo.

Después de la noche tan infernal que habíamos pasado, había caído rendida en la cama... me había dormido en segundos y tenerle a él al lado me había hecho sentirme segura. Lejos de todo el miedo que me había provocado la competición y aquel hombre.

No pude evitar sonreír al recordar que Dereck se había deshecho de esa almohada entre nosotros, de esa tonta barrera que había puesto como un intento de lo más fatídico de que las cosas no fueran tan rápido entre nosotros... —y también fruto de mi venganza por darme tales besos y dejarme con ganas de más—, pero lo que había hecho él, era exactamente lo que yo había estado deseando desde el minuto uno en que la había puesto.

Aunque parte de mí quería seguir resistiéndose a él, a los sentimientos y emociones que seguían perpetuándose en mi interior... la otra parte no hacía más que desearle. Recordar quién había sido Dereck para mí, había hecho clic en mi interior, pero más todavía recordar quién era yo cuando estaba con él.

—¿Y si no salimos de la cama en todo el día? —dijo esbozando una sonrisa, en la que también percibí tintes de tristeza—: No quiero volver al mundo real, Natalie.

—¿Te quedarías aquí, conmigo, refugiados de todo?

—Solo siendo tú y yo —afirmó, revolucionándome a escalofríos—. Los que éramos antes de estropearse todo.

Su pelo oscuro estaba revuelto hacia delante, lo que me tentó a tocárselo con suavidad, peinárselo un poco mientras su mirada no se apartaba de mi rostro. Al visualizar esos cortes de su piel, varias de las emociones e imágenes de anoche me ahuecaron el vientre.

Debía reconocer que me daba auténtico pavor pensar en Campbell, la jugada de los frenos y lo que sea que viniese ahora. Por experiencia sabía que en ese mundo no había escrúpulos en hacer daño y saltarse toda moral y ética. A la vista estaba. Pero no tenía miedo por mí, sino por él, por lo que pudieran hacerle.

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora