25. Cuidar de Ti

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DERECK

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DERECK


«Bésame. Bésame ahora»

Sus palabras se habían grabado a fuego en mi mente. Al igual que el ritmo de su corazón, el haberlo notado bajo la palma de mi mano había logrado impresionar. Ver el efecto que hacía en ella, ver que todo lo nuestro seguía siendo igual de intenso, real, a pesar del daño, del tiempo. A pesar del miedo.

—Estoy bien, Dereck. No te preocupes por mí —me dijo cuando traté de ver qué se había hecho en el cuello.

No me dejó. Era tan testaruda que prefería obviar el tema. Entonces volvió a mi boca sin pensarlo, agarrándome de la camiseta. No me dio ni un solo segundo para mirar esa rozadura que se había hecho ni para asimilar todo esto. Y esa suavidad y dulzura con la que sus labios habían buscado los míos ya habían terminado de volverme loco.

Necesitaba dejarme llevar de una maldita vez por lo que realmente quería hacer, por mis impulsos. A pesar de que le acabara de decir que debía mantenerse alejada de mí, la quería más cerca que nunca.

Porque ella era la única que conseguía hacerme sentir bien.

Porque seguía embaucándome igual que el primer día. Porque estaba enamorado, sin lugar a duda o rebate.

Me adueñé yo del control de su boca. Acaricié sus labios con los míos, con lentitud, anhelo. Desesperación, incluso. Y cada reacción de ella me encendía cada vez más: desde cómo su mano me atraía con fuerza hacia a ella, hasta cómo su pecho subía y bajaba con velocidad. Era como si todo el estrés y el miedo que habíamos pasado durante las últimas horas lo estuviésemos descargando ahora, transformándolo en algo por lo que mereciera la pena luchar. Algo por lo que mereciese la pena recordar esa noche.

Jugueteé con su boca, posando ahora mis manos en sus calientes mejillas para que no se separase. Mi lengua se hizo un huequecito con la suya. Sabía a gloria e incluso le mordí ligeramente el labio inferior.

—Dios, Natalie... —susurré en un suspiro, aún sin ser consciente de que, joder, ella había sido la que me había pedido que la besara. Ella por fin se estaba mostrando como siempre había soñado este pasado verano—. Me haces arder.

—¿De verdad me quieres lejos? —susurró, con cierta dureza en su tono. Sus labios estaban rojos como los de la fruta prohibida del Edén—. ¿Lejos de ti?

—Claro que no —respondí de inmediato—. Te quiero conmigo, siempre.

Nuestras narices se rozaron con anhelo, mientras veía que sus ojos pardos sonreían por sí solos. Acaricié sus labios con mis dedos, estaban suaves y calientes. Tenerla tan cerca y tan receptiva a mí, hacía que ya no me pudiese resistir más. Y es que, ¿cómo había podido permanecer tanto tiempo lejos de ella?

—Pero me mata que te pueda pasar algo, nena. El negocio y yo...

—Ahora no pensemos en eso —rogó—. No solucionaremos nada discutiendo ni pensando en lo peor.

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora