21. Una buena razón

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DERECK

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DERECK


Lo que menos me apetecía ese día era, precisamente, encontrarme con mi padre y su mujer Charlize.

Hacía lo menos un mes que no los veía. Un puto mes, joder. Mi padre había estado demasiado ocupado con sus viajes con la empresa y si a eso le añadíamos que ya no sabíamos ni cómo abordar nuestras diferencias, apenas nos habíamos esforzado por intentar mantener algún tipo de contacto.

Hasta... ahora, que me los había encontrado de frente en pleno salón y me veía forzado a ello. Al parecer, habían vuelto mucho antes de su último viaje por Canadá.

Me sorprendí del entusiasmo de ambos al saludarme, pero todo se fue a pique cuando después de ello, ¿cuáles habían sido sus palabras hacia mí? Como no, preguntarme sobre su gran predilecto hijo Adam y sobre cómo había ido la mudanza. 

Ninguna pregunta ni un mísero cómo estás hacia mí, lo único que le interesaba a mi padre era saludar a Adam. No tuve más remedio entonces que guiarles hasta la cocina, donde sabía que estaba mi hermano con Nat... y estaba a punto de ponerles en contexto sobre la presencia de ella también cuando mi padre se adelantó a mí entrando en la estancia:

—Esto sí que no lo esperaba, ¿Natalie?

—¡Qué sorpresa verte por aquí! —dijo Charlize sonriente.

—Una muy grata sorpresa —añadió mi padre.

Las caras de todos eran un auténtico poema, pero la de Natalie... no me pudo hacer más gracia. Su rostro había enrojecido a pasos agigantados y, si no la conociera como lo hacía, diría que simplemente estaba avergonzada por una situación imprevista, pero no, era mucho más que eso. Su mueca era un claro: tierra, trágame.

Mi padre me tocó el hombro, con la vista en Nat. Me desconcertó tal gesto de afecto:

—Me alegra verte por aquí. ¿Eso significa que Dereck y tú...?

—Papá —le corté. Sabía perfectamente lo que estaría pensando—. No es como crees.

—Ah, ¿no estáis juntos de nuevo?

Y esa, era una perfecta manera de meter la pata. Mi padre parecía ser especialista en eso. Me aclaré la garganta, dispuesto a responder, pero ella se me adelantó:

—No... no estamos juntos.

Su frase había sonado en un hilo de voz, en un tono débil, pero sus palabras eran contundentes. Lo suficiente concluyentes como para detenerme en su mirada, intentando leerla.

Se hacía incómodo.

Mirarla y saber que mis deseos no eran igual de correspondidos era demasiado extraño de sentir. Un sentimiento que se acentuaba todavía más si tenía en cuenta que hacía una sencilla hora había estado tan cerca suya... a punto de que mis impulsos tomaran el control, con unas tremendas ganas de besarla, pero también con la certeza de que obtendría el mismo resultado que la primera vez: su rechazo.

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora