29. ¿Un amigo?

353 27 15
                                    

DERECK

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

DERECK


Mierda.

Ya empezábamos mal.

Tenía claro que no iba a ser fácil ganarme la confianza de mi... bueno, dejémoslo en futuro suegro, pero no imaginaba que iba a ser tan jodidamente directo con sus pensamientos. Ahora entendía de dónde había sacado Natalie su forma tan tajante de decir las cosas... Solo esperaba que Thomas no hubiera heredado precisamente de Richard su mal genio.

Si así fuera, lo llevaba claro estos días.

Al menos, los siguientes minutos desde nuestra fatídica presentación y esa perla que había soltado de "mejor nunca que tarde" no habían sido tan intensos. Y, es más, cuando había intentado apaciguar el ambiente proponiendo el irme a un hotel durante mi estancia en Seattle, Richard había insistido en que no; en que, si su hija me invitaba, él estaría encantado.

—No quiero ser una molestia —aclaré—. Tengo claro que este viaje de Nat es familiar, yo estoy aquí para darle mi apoyo.

—No eres una molestia, chico. ¿Cómo no voy a acoger a uno de los hijos de Edward? —dijo, dándome unas fuertes palmaditas en la espalda—. Eso sí, tened claro que estaréis en habitaciones separadas, eh.

—¡Papá... por favor! —Volvió a quejarse Natalie. Sus mejillas habían enrojecido de esa manera que tanto me encantaba en cuestión de segundos.

—¿Qué pasa?

—Que es solo un amigo, ¿vale? Obviamente estaremos en habitaciones separadas. Deja de intentar sacarme los colores.

Fulminé a Nat con la mirada al escuchar eso último, no podía evitarlo. Aunque hubiéramos acordado tener discreción y decirle que venía en calidad de amigo... me sorprendió darme cuenta de que no me hacía ni pizca de gracia la idea. No me gustaba oírselo decir, ni imaginármelo... ni mucho menos que su padre pensase de verdad que entre Nat y yo no había nada, cuando yo quería dárselo todo.

Pero obviamente tuve que tragarme el puto orgullo. No quería empeorar las cosas ni que ella sintiese mayor vergüenza. Además, como ya había dicho: acataría todo lo que ella me dijese.

Su padre se rio y alzó las manos:

—Bueno, vale. Amigos. Tendré que creérmelo.

Le pegó un pequeño codazo a su hija y le lanzó una mirada cómplice. Y yo... no pude esconder mi sonrisa al ver de nuevo a Nat algo apurada. Su padre, en realidad, parecía un tío de lo más enrollado.

Después de conversar un rato más entre ellos y yo estar pendiente de cómo el adorable perro me pedía juego al traerme varios de sus juguetes... Natalie y yo pasamos a la planta superior de la casa. No era tan amplia como la casa en la que yo había vivido en ese mismo barrio ni mucho menos como la de mi padre en Los Ángeles; pero sí tenía algo que yo envidiaba por encima de todo. Parecía un hogar. No un hogar un cualquiera, no. Era uno lleno de vida, de recuerdos, de personalidad... No había estantería, pared o mueble que no pareciese estar contando una historia sobre la familia Olsen.

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora