37. Mentiras

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DERECK

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DERECK


Después de soltar semejante perla, mi padre se fue a atender a la hermana de Charlize y esa sorpresa que les había organizado, dejándome a solas con Nat. Así que no, no tuve la oportunidad de decirle la realidad de "mis amigos", ni mucho menos tenía ganas de hacerlo.

Solo fingí que todo estaba bien ante él. Pero, joder, no podía haberse estado quietecito, ¿no? ¡Tenía que invitar justamente a Thomas! Y, no solo eso, ¿quién le había dicho al pelirrojo que podía pasarse por aquí? Estaba seguro de que había sido idea de Trevor, con tal de acercar algunas posturas conmigo.

En el verano nuestra relación había sido escasa por todo lo que le había hecho a Nat, pero el percal de mi amigo Marlon con William había terminado por sentenciarla. Aunque le hubiese pedido mil disculpas, hasta hacía unos días Trevor había seguido en su línea... y era ahora cuando estaba seguro de que ya comenzaba a pasársele el enfado.

Claro que, lo que ninguno de los primos Nielsen podía imaginar era que pudiesen tener otros motivos más para enfadarse. No habíamos sido sinceros con nadie del grupo —ni siquiera con Sean— ni mucho menos con el pelirrojo teniendo en cuenta su situación.

¿Cómo se suponía que debíamos actuar? ¿decirlo ya o esperar? Todos parecían odiarme por haberle hecho daño a Nat, y con razón. Pero si ella me aceptaba y perdonaba... ¿por qué no iban a hacerlo los demás?

Por eso y por la idea de por fin ser libre con ella, necesitaba contarlo. Necesitaba volver a ser quienes éramos, en todos los sentidos. Besarla delante de todos y sin remordimientos, abrazarla, quererla como se merece.

—Madre mía, ¿y ahora qué? —dijo Nat, obligándome a darles la espalda.

Tomó mi mano con rapidez y nos llevó al otro lado del jardín, donde los demás no nos podían ver tan fácilmente.

—¿Qué hace William aquí? —musitó, volviendo a echar un vistazo para localizarles.

Pude ver el rostro de Thomas por unos segundos e identifiqué que no estaba cómodo aquí. Estaba claro que venía por obligación y educación, por cumplir ante mi padre.

—A lo mejor deberíamos tomarnos esto como una señal para contarlo de una vez —me aventuré a decir. No me hizo ni falta ver su cara para imaginarme su respuesta—. Llevamos dos días así y se está haciendo eterno, nena.

—Es la segunda vez en el día que hablamos de esto... —Se rio.

—¿Y no quieres que sea la última? —piqué.

Natalie se enganchó a mi cuello, ascendiendo sus manos por mis pectorales y yo, sin importarme lo más mínimo si alguno podía vernos, le planté un beso en los labios. Durante esos días había redescubierto algo sobre mí: lo cariñoso que podía llegar a ser. Siempre me había definido como alguien poco pegajoso y para nada empalagoso, alguien que no decía "te quiero" así como así... Al final, durante mi infancia apenas había habido muestras de cariño o, por lo menos, conforme iba pasando el tiempo estas habían ido disminuyendo.

Desde que Tú no Estás. © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora