19. Samedi

36 4 0
                                    



Las cenizas del incubo que Malec había decapitado y cremado reposaban en una botella de soda en la esquina de la mesa. La arena negra visible por el cristal de la botella, captaba mi atención desde horas antes, no me explicaba ¿Cómo pueden tener tantas similitudes con los seres humanos?

Creí que Malec estaría furioso conmigo, puesto que al momento de verme sus ojos lo único que demostraban era las ganas irrefutables de destruirme y castigarme. Sin embargo, luego de recoger las cenizas del demonio menor su semblante se tornó un poco más tranquilo, como si hubiese estado durante mucho rato calmándose mentalmente para no soltar toda su furia conmigo.

En parte que ese incubo hubiese aparecido no fue mi culpa, no puede culparme por algo que desconozco.

—No vuelvas a ser tan vulnerable frente a un incubo, Mila. —Regañó Malec sentado en el suelo con las piernas flexionadas y de frente a mí. —Te tocó un incubo tímido esta vez, pero la próxima, puedes terminar muerta.

Que sorpresa.

Supuse que tenía mucho rato con ese regaño atascado en la garganta, ya que se sentía mucho como le costaba no gritar al decírmelo y yo solo podía escuchar con la cabeza agachada porque lo cierto en todo esto, es que el único que tenía derecho a regañarme respecto a algo era Malec.

—¿La próxima? —Abrí los ojos de par en par formulando la pregunta. No tengo ganas de toparme con otro.

—Ahora eres una neófita. Te rondarán demonios como hormigas al caramelo, tu alma está en transición y conocimiento, cualquiera, tanto bueno como malo, querrá reclamarte y consumirte. —Dice con total tranquilidad.

Me preguntaba una y otra vez si él tenía idea de lo asustada que estaba. Yo solo quería que él estuviese conmigo luego de todo eso que pasé, estaba tan aterrada que ver un rostro igual al suyo simplemente me había hecho ceder por la necesidad de tenerlo cerca.

Aún soy humana después de todo, estúpida y sin conocimiento.

Claramente él no podía saber eso, pero yo tampoco es que estaba dispuesta a decírselo, entendí de una vez que con Malec es mejor no demostrar nada.

—¿Que harás con esa arena? —Pregunto un poco inquieta. Escucho ruidos en el techo de la vieja casa y no quiero parecer histérica, en verdad son ruidos horribles.

—De eso se ocupa Samedi, no nosotros. —Contesta tajante.

¿Por qué me priva tanto de información?

Me muevo un poco inquieta en el lugar donde estoy de pie. Estoy recostada a una pared de barro dentro de la casa vieja que hasta antes de mi inconsciencia, parecía un lugar demasiado peligroso, y aún lo parecía.

—¿Cómo es que ese demonio se parecía tanto a ti? —Lo miré expectante.

—Es el único poder que tienen. —Contesta pasándose una mano por el cabello. —Estudian a una persona o ser por mucho tiempo y luego toman su físico, voz, incluso gestos y mañas para aprovecharse de otra persona.

—Creí que los íncubos eran solo demonios encadenados a la lujuria.—Comenté.

—¿Y qué pensaste que te iba a hacer ese incubo? ¿Ayudarte a conseguir la paz para el mundo? —Alzó una ceja y sonrió. —Te iba a consumir a través del pecado más placentero que existe y tú, como la propia estúpida le estabas dando luz verde.

—Solo quería comprobar que eras tú. —Recalqué.

—Una vez que tuviera en luz verde no ibas a poder defenderte Mila. —La puerta de madera de la entrada se abrió con lentitud. —Te iba a hipnotizar creyendo que era yo, y te iba a hacer las mil y una cosas que, aunque te iban a gustar al principio, te ibas a arrepentir con el dolor al final.

NeophyteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora