5. Supuesto demonio

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Luego de un silencio y explicaciones que sinceramente no recuerdo, decidí afrontar el hecho de que él fuese lo que fuese, demonio o humano, estaba en frente de mí y yo tenía que escuchar lo que tenía para decir o morir.

La quemadura en mi cuello no era grave, pero eso no significaba que dejaría de causarme miedo que se acercara nuevamente. El ardor era fuerte pero soportable, mi piel se sentía sensible y mi mano estaba fría ante el tacto en esa zona anteriormente carbonizada o un término decente y de esa índole.

—No pediré perdón, empezaré por decir eso. —Le escuché hablar desde la barra luego de tanto rato sin emitir algún sonido. —Te lo buscaste tu misma.

—Como digas. —Bufé. —¿No deberías tener...? —Señalé hacia arriba con los dedos cerca de mi cara. Me dio una mirada cargada de fastidio que me hizo cerrar la boca de golpe.

—No, no tengo cuernos. 

—Ah.

El ambiente se tornó incomodo los siguientes treinta minutos, ninguno de los dos habló, pero, incluso con aquel silencio sabía que me estaba mirando tanto como yo a él. Me costaba, me costaba mucho tragarme el hecho de que él fuese un demonio o cualquier otro ser de esos, pero tampoco es como que quería averiguar otra vez si era cierto. Me aterraba.

Su mirada en mi era algo extraña, no demostraba ni la más mínima emoción. Me escaneaba de arriba abajo sentado en la barra de frente jugando con la flama de la vela que estaba a unos pocos minutos de deshacerse por completo. Era una especie de mirada que te intimida porque sabes que algo busca, necesita respuestas y está dispuesto a conseguirlas de cualquier manera.

Me tomé el tiempo de estudiarlo con más determinación y tarde me di cuenta que no parecía humano del todo, era demasiado perfecto para serlo; No es que quiera objetar su atractivo o algo así, solo que jamás en mi corta vida logré ver a un espécimen tan perfectamente formado, Por muy bizarro que eso pueda sonar o parecer. Tenía que ser de otro mundo, nadie puede estar tan genéticamente bien formado.

Sus ojos, supe desde el primer momento en que su perdición eran esos dos cristales celeste con un halo dorado alrededor. Era impresionante, te mantenían en una especie de hipnosis imposible de romper.

—Sácame de aquí. —Pedí. —Tú hiciste esto, entonces abre las puertas, quita las alarmas y devuelve la electricidad.

Él se lamió los labios intentando reprimir una risilla. —Yo no hice nada de esto, Ángel, solo se fue la electricidad por la lluvia y nos quedamos atrapados aquí dentro.

—¿Me tomas por estúpida? ¡Y deja de llamarme Ángel!—Grité.

—Te diré como me venga en gana. —Lanzó. —Ángel.

—¡Por dios! —Me quejé.

Él me miró fijamente como indignado por lo que dije. —¿Es en serio?

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