Caminé por la calle a altas horas de la noche con un vestido de seda color crema y un bustier que aplastaba mis costillas, tacones bajos tan insoportables como caminar descalza en la tierra y mi cabello cobrizo recogido con una pequeña peineta de perlas y cuentas azules.
Iba de la mano con un hombre que no podía reconocer. Era alto, con el cabello oscuro, los ojos de un tono azul celeste, pero un azul tan imponente que se te hacía imposible dejar de mirarlos, era un trance, uno muy hermoso que contrastaba con el pálido color de su piel y el rojizo de sus labios tan perfectamente formados; también llevaba un traje gris y un sobrero de copa.
Me miraba en el reflejo de las vidrieras de los restaurantes, no podía identificar la época y mucho menos que hacía yo ahí, pero simulaba pertenecer, me interesaba pensar que todo era normal. El hombre junto a mí hablaba sin parar, reía y besaba mi mejilla como si fuese su tesoro más preciado, cuando yo simplemente me debatía en tratar de recordar si lo conocía o lo había visto siquiera en algún otro lugar.
Era de noche aquel día, y la neblina se veía invadir los árboles, las calles y mi mente.
La algarabía se hacía presente en la ciudad, podía notar que se trataba de una especie de fiesta, como un carnaval porque podía ver claramente que las personas llevaban máscaras y tocados de plumas. La música estaba en su apogeo, las personas bailando a un ritmo tan electrizante, el jazz transportándonos a esa sensación de felicidad instantánea.
Poco después y en esa larga caminata con el que resultaba ser mi supuesto prometido, percaté donde me encontraba: Una vieja Nueva Orleans en su mayor esplendor, era mil novecientos veinticuatro según escuché a algunas personas decir, un martes cuatro de marzo, día del Mardi Gras.
Nunca me gustó estar en eventos grandes donde hubiera muchas personas, mucho ruido o donde en un arranque de rabia yo pudiese explotar con facilidad así que no entendía que hacía en un lugar como ese.
—Te dejaré, querida. —Aquel hombre plantó un casto beso en el dorso de mi mano con tanta dulzura que unos repentinos sentimientos y afecto hacia él me hicieron sonreír ante el gesto y entonces él simplemente se esfumó entre la multitud.
Ese hombre no era normal, porque en el momento en que soltó mi mano sentí como la sangre corría más rápido por mis venas. Como si él fuese una parte de mí que al irse me estaba dejando desprotegida, como si se tratase de mi alma decidiendo salir de mi cuerpo, así que por miedo corrí rápido hacia la dirección en que le vi irse, pero no lo conseguí, ni siquiera me percaté en que momento solo desapareció de la calle.
¿Por qué todo me parecía tan normal y a la vez me aterraba? ¿Por qué sentía como si dos partes de mi juicio estuvieran debatiendo por entender lo que sucedía? Dos versiones de mí se peleaban: Una Mila conocía donde estaba, sabía absolutamente todo lo que estaba viviendo, y estaba esta otra mitad de mí, la que sabía que estaba soñando y que todo era mentira.
Desorientada y confundida comencé a caminar entre el gentío, sentía un pequeño golpeteo en el pecho y de repente un fuerte dolor de cabeza volvió mi visión como líneas de estática.
No de nuevo.
Me aferré a una pared sin frisar para no perder el equilibrio, en un intento fallido de abrir los ojos visualicé algo, una sombra entre todas esas líneas. El dolor pasó lentamente, me deslicé hasta quedar sentada en el suelo de esa calle para intentar detener la ansiedad que el dolor me había proporcionado.
Mis manos temblaban, y mi sudor se había tornado tan frío como el viento de esa noche que golpeaba mi rostro. Por el rabillo del ojo volví a visualizar otra cosa, una especie de reflejo o ráfaga de luz acompañaba esa oscuridad para llamar mi atención.
—Aléjate de la orilla. —Escuché una voz masculina en mi mente. —Apártate.
Miraba la tierra de la calle unirse con el cemento de la acera, no podía estar más confundida ¿De dónde provenía esa voz?
—Aléjate de la orilla. —Repitió esa voz. —Apártate, Mila.
Y mientras procesaba la voz misteriosa decir mi nombre, escuché un grito, y otro, y otro más. La multitud empezó a desplazarse, como hormigas cuando la lluvia empieza a mojar la tierra y evidentemente se trataba de un tiroteo.
Intenté moverme, con mi ansiedad y miedo intenté irme lejos de ese lugar, pero sentía mi cuerpo clavado al suelo, como si de alguna forma u otra yo tuviese que estar ahí. Miré fijamente mis pies pegados al suelo y el impulso tan brutal que forcé para correr, pero no, en verdad estaba total y completamente paralizada.
—¡No puedo!—Grité con fuerza a aquella voz. Sentía que lo único con lo que podía comunicarme era eso, la voz en mi cabeza. Visualicé hombres armados correr entre calle y calle, la música se había detenido por el bullicio, ahora solo se escuchaban aquellos desgarradores gritos mezclándose con los míos.
—Detente, Mila, no deben oírte. —Esa jodida voz en mi cabeza otra vez. —Si te escuchan te matarán.
Miré cerca de cuatro hombres armados caminar de un lado a otro sin preocupación alguna entre las calles, algunos silbando, otros riendo y uno en particular parecía buscar algo o alguien en específico entre la multitud.
Supe que era alguien y no algo cuando caminó decidido hacia mí dirección y me dedicó la sonrisa más perversa y sádica que alguna vez hubiera podido ver. Levantó su mano, y antes de que pudiese notar que estaba aguantando la respiración aquel revolver de época apuntaba hacia mi frente, y en lo que escuché como le quitaba el seguro me desvanecí.
De un momento a otro la perspectiva cambió totalmente y estaba fría, en verdad estaba asustada con lo que sucedía. Ya no estaba en frente de él, ahora lo veía apuntarme desde el otro lado de la calle. ¿Pero cómo? ¿Cómo podía estar viéndome? ¿Cómo podía yo estar en dos lugares a la vez? ¿Cómo podía ver mi cuerpo de rodillas a punto de morir a unos metros de mí?
¿Dos versiones de mí en un mismo lugar?
Ahora una silueta oscura estaba en frente de mí, sosteniéndome, deteniéndome, manteniéndome al margen, pero no evitando que viera aquel acontecimiento. Fue entonces cuando todos mis pensamientos sobre muerte, sobre la otra vida, sobre el fin de todo se hicieron presentes, donde mi idea sobre tomarme a la ligera lo que pasaría en algún momento simplemente se desvaneció, lo único que quería en ese momento era no morir.
—No mires. —Aquella silueta negra poco a poco se estaba transformando, parecía una persona, específicamente alguien que conocía o había visto no hace mucho. Acarició mi mejilla obligándome a voltear la cara para no mirar.
Igual lo hice.
El hombre con el arma dejo de tener apariencia humana por unos instantes. Su piel era oscura, su cara tenía cicatrices, sus ojos eran del color del oro y en su hombro había un ave de plumas negras con la cola encendida en fuego.
Mis ojos se cristalizaron, un grito agonizante y desgarrador salió de mi boca al escuchar una suma mayor a diez disparos seguidos y a la vez, me petrifiqué al mirar las balas penetrar mi cuerpo lentamente al otro lado. No podría explicar que sentí al verlo tendido en la calle, un río de sangre aparecía rápidamente humedeciendo la tierra y aquel hombre con el arma, aquel que me había quitado la vida simplemente se esfumó.
Me acerqué a donde mi cuerpo estaba tirado, estaba aterrada, en un pestañear mi forma física ya estaba descompuesta, llena de gusanos, con un olor putrefacto, como si lo que acababa de pasar en realidad hubiese pasado mucho antes.
La sombra que hace un rato me detenía ahora estaba detrás de mí, y solo así me di cuenta, viendo mi cuerpo, que yo también era solo una sombra observando mi cadáver. Ya no existía, y a la vez estaba sola, desesperada y sin entender que era eso que me había matado.
Porque esa era la única realidad, estaba muerta.
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Neophyte
Paranormal¡Historia ganadora del primer lugar en la categoría Fantasia en los premios #PGP2022! Creer en la delgada línea que separa el mundo humano del incorpóreo resultaba algo imposible para Mila Crain, y aún más llegar a pensar que ese nombre y ese cuerp...