15. Los restos

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Volví a casa tal y como el ángel lo había predicho: con la cabeza hacia abajo, pidiéndole disculpas a Malec por volver a huir y nerviosa por haber conocido a quien pudo ser mi asesino.

Él específicamente dijo que le ordenaron matarme, pero ¿Quién? ¿Por qué? Si bien estaban las cosas —Bien mal— Malec me había explicado un poco por qué mi muerte era necesaria en el bajo mundo, y su hermano Canek me explicó como ahora es mucho más beneficioso que me mantengan de su lado y con vida.

Pero entonces, teniendo claras las cosas allá abajo ¿Quién me querría viva allá arriba? Se supone que pertenezco a Malec y viceversa, soy su contraparte, ¿Por qué otro ser querría destruirme si formo parte de los del otro lado? ¿Con que fin? ¿Con que beneficio?

Y por si fuera poco ¿Mi otro protector? ¿Qué? ¿Y quién demonios era el primero? ¿Malec? Un ser que casi me mata y otro que me dijo que debía morir por el bien de todos ¿son mis protectores? Lo poco que habia logrado entender, recordar y percibir al reencarnar se volvió nulo gracias a ese ángel.

¿Qué pinta él en todo esto? No entiendo.

¿Tienes todo, ángel? Llamó Malec asomándose detrás la puerta de la pequeña habitación. Llevaba el cabello mojado, jeans negros ajustados, una franela blanca y tenis rayados con rotulador permanente.

—¿Qué ángel? ¿De qué hablas? No sé a qué te refieres. Solté por inercia sin siquiera procesar. En cuanto esas palabras salieron disparadas de mi boca supe que habida metido la pata de la manera más estúpida y lo único que supe hacer para corregir mi error, fue llevarme la mano a la cara y darme un golpecito en la boca como si fuese una niña.

Malec levantó una ceja y me miró como si estuviera loca. Por un momento el miedo a decirle que había hablado con el ángel me tenía demasiado nerviosa e inquieta. Ya no quería castigos, amenazas, estar entrando en este mundo ya era muy agotador, lidiar con Malec era difícil, no quería tener que lidiar ahora con el otro bicho.

—¿Que sucede contigo hoy? Preguntó entrando a la pequeña y tétrica habitación donde estábamos. Ni siquiera me di cuenta que él había salido un momento. —Desde que regresaste tienes la piel de gallina, miras a cada lado y dices más estupideces de lo normal.

Son cosas tuyas, estoy bien. —Negué vagamente.

—No será la primera vez que te diga que eres pésima mintiendo. Soltó bruscamente, tomando un viejo morral que tenía sobre mi cama. —Aunque no me lo digas, me voy a enterar de lo que sea que me estés ocultando. Mentalmente no eres tan fuerte como quieres hacerte creer.

Olvidé por un segundo la causa y efecto de las cosas, mientras más me preocupe más probabilidades tendré de soñarlo, y entonces Malec entrará en mis sueños y sabrá absolutamente todo.

—Vamos. Ordenó finalmente y caminé hacia la puerta sujetándome las manos de los nervios por no saber hacia dónde iríamos esta vez y que me depararía el destino de ahora en más.

Me detuve un momento y giré de pie en el pórtico para echarle un último vistazo a aquel feo y siniestro lugar donde nos habíamos quedado, ocultos, refugiados a la espera de respuestas que tanto yo como Malec necesitábamos.

Noche tras noche por un corto periodo de tiempo que pareció interminable ese lugar fue como un hogar e increíblemente me gustó, por primera vez no sentí miedo de estar sola con Malec, no sentí miedo de saber que las respuestas estaban ahí afuera, y que había una posibilidad de que todo respecto a mi tuviese sentido.

NeophyteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora