Creer en la delgada línea que separa el mundo humano del incorpóreo resultaba algo imposible para Mila Crain, y aún más llegar a pensar que ese nombre y ese cuerpo pudieran en algún momento no pertenecerle.
Luego de una serie de sucesos fuera de cu...
—Tú querías la verdad ¿No? Querías que no obviara algo, que fuese directo y dejara de evadirte, pues la verdad es esa, debemos matarte, yo solo no puedo.—Contestó con soberbia. —Ya te encontraron, esta forma humana que tienes actualmente primero: La robaste y segundo: necesitas una más fuerte, estás marcada y eso significa que muchas criaturas podrán asecharte con facilidad. —Lo persigo con la mirada, está de espaldas frente a una vieja mesa de madera pegada a la pared.
—Imbécil. —Susurré sin creerle una sola palabra.
—Sí, lo soy. —Contestó. Y es que era remota y absolutamente absurdo pensar siquiera en creerle, o sea, desde que apareció; Si quisiera matarme ya lo hubiera hecho ¿No?
Aquel imbécil se levantó la franela despacio y la sacó por su cabeza, una musculosa y perfecta espalda marcada se hizo visible ante el reflejo tenue del sol. ¿Él era así? o el cuerpo humano que había tomado lucía así tan... necesito un término que le haga toda la justicia del mundo.
Si en algún momento me hubieran dicho que un demonio se veía así, entiendo por qué la gente tiende tanto a pecar, entiendo porque se rompieron tantas reglas en el cielo.
—¿Te gusta lo que ves? —Preguntó atrapándome con la mirada. —Sí, tienes razón, incitamos mucho al pecado, es un don que Dios le dio a los hijos de perra y asesinos como yo.
¿Cómo sabe lo que pienso?
Estaba boquiabierta y sonrojada ante aquella posibilidad. —¿Lees mentes?
—Sí, pero no es eso. —Dio unos largos pasos hacia mí, ahora tenía la imagen de su pecho, fuerte y formado, pero mejor que todo aquello junto estaba su rostro. Es que no podía ser de verdad, tenía que ser de plástico o un perfecto espécimen. Estaba a unos pocos centímetros de mí, su mirada fija, el halo en sus ojos me mantenía hechizada por milésima vez. Acercó su rostro sin despegar su mirada de la mía y finalmente rompió el silencio. —Hablabas en voz alta —Sonrió amplia y descaradamente devolviéndose a su lugar.
Sentí mis mejillas sonrojarse, no por su presencia, sino por la vergüenza al no saber controlar mis palabras. Exhalé. —No vuelvas a acercarte así a mí. —Amenacé.
Él levantó una ceja. —¿O qué? —El reto evidente en esas palabras me descontroló. —No hay nada en ti que no haya visto o tocado ya, Mila.
¿Qué?
—Deja de actuar como un imbécil. —Solté. Y entonces, desde que lo conocí supe que no volvería a sentir tanto miedo como cuando le vi hacer lo siguiente.
—¿Te refieres a actuar como lo que soy? ¿Qué me harás si no? ¿Me echarás agua bendita si te toco? ¿O me rezarás tres padre nuestro y dos ave maría para que no lo haga?