14. Trazos y rosas

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Un millón de veces me he preguntado qué clase de demonio era Malec. Al final entendí que no era eso, y su manera dócil de tratarme tampoco es que fuese algo racional o lógico hacia ese título; físicamente él era eso, pero, para ser más precisa solo era un ser al que se le dictó una condena, un propósito para que pudiese vivir en paz sin que su egoísmo lastimase a otros, su condena fue por mi culpa y su castigo incluso después de tantas vidas seguía siendo yo.

Malec era especial, no en la forma linda de referirse a alguien, era un ser que tenía capacidades humanas muy evidentes. Nunca fue ni de los buenos, en realidad, podría jurar que Malec es el peor de los demonios.

De una vez por todas tenía muy en claro lo que era Malec, lo conocía hasta cierto punto, su lado humano, alguna maña, alguna cosa que otra, sin embargo, conocer a Malec no destapaba del todo las incógnitas referente a lo que sucedía conmigo, literalmente, saber quién era él no me decía nada.

Su hermano Canek era un verdadero hijo de perra, pero también había sido de mucha ayuda desde que mi alma se había trasladado a este plano, a esta vida. Canek mantenía siempre la idea de que debían deshacerse de mí, solía hablar por su hermano Aren al decir que esa era la mejor solución pero, que había otra, una que perjudicaría a algunos pero que beneficiaría a otros, los cuales, si me quedaba del lado de estos seres sería una de los beneficiados.

¿El beneficio para ellos? Yo, como un arma letal.

¿El beneficio para mí? La vida, solo eso.

En una de esas conversaciones que habíamos tenido divagando mientras esperábamos que el solsticio llegara, Malec rastreaba y empezaba a identificar cosas, mi cerebro empezaba a procesar ciertos acontecimientos, palabras, verbos, cosas que me intrigaban y que ahora no podía dejar de investigar.

Quería meterme en su mundo, quería conocer todo sobre lo que él y sus hermanos eran, lo que yo pudiera ser y todo lo que en el mundo no estuviese claro. Entonces, cada una de esas conversaciones que parecían normales y mundanas tenían un fin, Malec me enseñaba sobre él y yo a cambio, intentaba ceder ante él humanamente, dejar poco a poco el miedo y las dudas antes del solsticio.

—¿Qué crees que yo sería? —Pregunté mirando a Malec garabatear en su libreta. Él levantó la mirada, como de costumbre sin expresión alguna, y suspiró. — ¿Un demonio? ¿O moriré con ese apodo estúpido que me pusiste en otra vida? Ángel.

Quería esa respuesta, la necesitaba.

Soltó una pequeña risa y bajó la libreta. —¿Demonio? ¿Tú? Si acaso llegas a licántropo.

Puse los ojos en blanco, ni siquiera tenía la menor idea de que era eso. —Ahora dime por qué.

—Número uno. —Dijo en voz alta levantando el dedo índice. —No naciste siendo así, te volviste así. —Me señaló un par de segundos y levantó otro dedo. —Número dos. —arrugó la nariz para oprimir otra risa de burla.— Amas ¿de cuándo acá eso es común o normal en un demonio?

Me cuestioné por unos segundos.

Lo llamé idiota por lo bajo y hablé. —Tres. —Me adelanté a decir.

Él tenía ahora tres dedos levantados y una ceja elevada con expresión desafiante. —Porque no me da la gana de que seas como yo.

Ignoré esa respuesta, pero, la anterior volvió a mi mente estancándose en una especie de laguna.

—¿Sé amar? ¿Y si solo confundo amor con ilusión? Tú mismo dijiste, las emociones son humanas. —Recalqué. —Quizás solo siento por estar en una vida terrenal. Tú también podrias....

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