1. Paranoia

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Hago una última revisión al panorama, todo perfectamente en su lugar, tal cual me aburre verlo todos los días de mi muy poco emocionante vida. Dejo ir la gran puerta de hierro por delante de mí, sin intención alguna de tener precaución al hacerlo y cierro los ojos al escuchar el impacto de esta. La puerta cede a cerrar por completo y le doy tres golpes con mi pie derecho para cerciorarme de que ni por obra y gracia del espíritu santo sea posible entrar al local.

Se me hace imposible no mirar el largo camino que me espera para llegar a casa y a las personas que, al igual que yo, parecen debatir consigo mismos en si están aprovechando el tiempo como quisieran.

Respiro profundamente y el delicioso olor a pan recién horneado atrapa mi olfato y la desgracia de no llevar siquiera un centavo encima para probarlo hace que me estrese más de lo que ando. Me echo a andar calle arriba mientras saludo a una que otra persona sin saber siquiera de quienes se trata, independientemente de mi humor, es muy claro cuando solo te saludan por interés.

Es el mismo ciclo.

Todo es un ciclo.

La verdad es que estoy tan acostumbrada a que las personas me traten mal, me insulten o se desquiten conmigo a diario, que mi cerebro identifica ese tipo de acciones como necesarias para que mi día no se torne tan aburrido como de rutina, pero aun así; de la casa al trabajo y viceversa, siete días a la semana por los trescientos sesenta y cinco días del año. No es que me guste dar lastima, pero la verdad hasta yo soy consciente de que mi vida es exageradamente triste.

Echo un último vistazo al panorama y siento esa necesidad de poder no sé, cambiarlo.

Tener un lápiz con el que pudiese borrar todo lo que veo, rehacerlo, volver a darle vida pero a mi manera, si eso sucediera, podría incluso decir de una vez que el mundo sería gris... más gris.

La mayoría del tiempo tengo ese pensamiento, rehacer todo como me venga en gana, sin embargo, la mínima de tiempo me encanta solo pensar en destruir todo lo que me parece que es innecesario y ya.

Si un psicólogo leyera esto seguramente ya estaría programándome un diagnóstico y refiriéndome a un psiquiatra para que estudie mi caso ¿Destrucción? Si, destrucción; muerte, explosión, rompimiento, incendiar cosas, me fascina.

Y no, no estoy loca, al menos no que yo sepa.

Respiro profundamente antes de dar un paso hacia la calle, pero siento otros pasos que rápidamente llegan a mi punto. Sé perfectamente quien es el sujeto junto a mí, hay vibras que se pueden reconocer al instante, pero mi cerebro no se digna a darle esa simple orden a mi cabeza de que gire para no ser grosera.

—Mila ¿Cómo estás? ¿Va todo bien? —Sergio, el chico de la librería al lado del café donde trabajo estaba de pie junto a mí y eso era algo que sucedía cada ¿Qué? ¿Cinco meses?

NeophyteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora