Capítulo 4

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Miré mi reflejo en el espejo de mi habitación y alisé las arrugas inexistentes de mi vestido en un intento de calmar los nervios. Mi reencuentro con Hardwicke había sido bastante desastroso, pero el mundo no se acababa ahí. Aún podía arreglar aquella situación, actuar como una persona mentalmente estable cuando lo viera de nuevo y no como alguien que ha perdido la cabeza.

Haciendo acopio de mi fuerza de voluntad, abandoné la estancia y me enderecé todo lo que pude mientras caminaba hacia la cocina. Abby nos había citado a todas allí para desayunar, por lo que no me sorprendió descubrir el ajetreo al otro lado de la puerta cuando llegué.

—Buenos días.

Todos los presentes me devolvieron el saludo. Mi mirada se cruzó entonces con la de Abby. En su expresión hallé la inquietud, por lo que opté por tomar asiento en la otra punta de la mesa.

Marina alzó la barbilla a modo de pregunta cuando me senté a su lado, un gesto que pudo resultar inadvertido para todos, pero no para mí. Me encogí de hombros. Lo último que me apetecía era hacerla partícipe de los últimos acontecimientos.

Entonces, la puerta se abrió. Se me puso la piel de gallina nada más captar su perfume en el aire. Intenté disimular su efecto poniendo mi mejor cara de poker. Me sostuvo la mirada al saludarnos. Llevaba una tetera humeante en una mano y a Emma entre los brazos.

La niña nos observó a las dos, escondiendo su rostro en el cuello de su portador con timidez.

Abby se levantó y se detuvo junto a los recién llegados con una expresión bobalicona en el rostro. Tomó a su hija en brazos y descubrí que compartían los mismos rasgos faciales.

—Eres la única que no la conoce — expuso mientras venía en mi dirección, haciéndome un gesto con la mano para que me acercara.

Un cosquilleo de emoción me recorrió entera y me levanté para ir a su encuentro. Los curiosos ojos de la niña me escudriñaron con atención antes de dibujar una leve sonrisa con los labios. Extendí la mano en su dirección y me sorprendió ver que ella hacía lo mismo. Me derretí cuando tomó uno de mis dedos y lo apretó. Su sonrisa se ensanchó y solté una risita. Sin embargo, mi gesto cambió al percatarme de que se llevaba mi dedo a la boca. Lo mordió con todas sus fuerzas antes de que pudiera hacer algo para evitarlo.

—¡Hey! — exclamó su madre, alejándose de mí —. Eso no se hace.

Emma nos miró de forma intermitente mientras sus facciones pasaban de la felicidad al sobresalto.

—Está bien. No me ha hecho dañ--

El llanto de la criatura interrumpió mi discurso.

—No puedes ir mordiendo a la gente.

Abby se lo dijo suavizando su tono de voz. Sin embargo, su intento de apaciguar el arrebato no surtió efecto.

—Ojitos — masculló Ben, cogiéndola en brazos y lanzándole una mirada muy seria.

Se me contrajo el estómago. Por un momento, había olvidado que estaba ahí.

—Escúchame bien— le dijo —. No puedes ir mordiendo a la gente cada vez que se te venga en gana—. Sus pupilas verdes se posaron en mí fugazmente —. No está bien.

El recuerdo de la primera vez que estuvimos a solas en el piso que había compartido con Carla y con Marina en Madrid tiempo atrás, asaltó mi mente de forma inesperada.

No voy a morderte; a menos que me lo pidas, claro.

Agité la cabeza. ¿Qué demonios me pasaba? Tenía las hormonas revolucionadas.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora