Capítulo 23

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Benjamin Hardwicke

Al llegar a casa, me metí en la ducha, consciente de que esa noche no podría pegar ojo. El agua caliente comenzó a recorrer mis extremidades y apoyé las manos contra la superficie lisa de la pared que tenía delante, recargando mi peso en mis brazos y reviviendo cada momento que me había llevado a ese preciso instante.

—¿Qué te hace pensar que aceptará? — me preguntó Mia, evidentemente nerviosa.

Estábamos los dos dentro de un coche que habíamos alquilado a último minuto, justo delante del portal de su casa. Me había costado más de lo que pensaba encontrar el domicilio en el que vivía. Al final, había sido su mejor amiga quien me había facilitado ese dato. 

—Lo hará. Confía en mí — le respondí, posando a continuación la mano en la manilla del vehículo y saliendo al exterior.

Las calles parecían estar despejadas, pero cubrí mi cabeza con una gorra y mi rostro con unas gafas de sol por si acaso. Al cabo de unos minutos, toqué el timbre. La anticipación se apoderó de mí y jugué con uno de los anillos que adornaba mi mano con nerviosismo. 

La misma amiga que me había dado la dirección fue la que nos abrió, custodiada por una chica rubia y con cara de pocos amigos. Las reconocí de inmediato. Ambas habían asistido al concierto y en el meet and greet de después.

—¿Se puede saber que has hecho? — le soltó la rubia a la pelirroja —. Madre mía —. Se cubrió la cara con dramatismo.

—Qué fuerte — dijo la otra, pasando olímpicamente de la pregunta —. Pasad.

Nos acompañaron hacia una modesta sala de estar y nos sentamos en el sofá. 

—Nos gustaría hablar con Gala — se apresuró a decir Mia, sin moverse ni un segundo de mi lado.

No pude evitar sonreír al escuchar su nombre. Su rostro se coló de forma inmediata en mi mente. La belleza que poseía iba más allá de la forma ovalada de su rostro, las curvas que su cuerpo poseía o la profundidad de su mirada. Era directa, con carácter. No tenía ningún reparo en hablar cuando algo pasaba por su mente, sin anestesia.

Tras demostrar de nuevo su descontento, la rubia fue a su encuentro y ambas regresaron al cabo de lo que se me antojó como una eternidad. Me levanté del sofá nada más divisarla. Iba vestida con unas mallas oscuras y un jersey holgado, llevando el pelo negro atado en una coleta medio deshecha. 

—Hola — le dije, estudiando la ferocidad que caracterizaba sus ojos avellana. Deshice la distancia que nos separaba y me rasqué el puente de la nariz mientras estudiaba mi próximo movimiento—. Supongo que te debo otra disculpa.

Me tomó totalmente por sorpresa cuando me agarró por el cuello de la camisa y se irguió, quedando su rostro a pocos centímetros del mío. Me descubrí respirando con profundidad, captando su fragancia dulce en el aire.

— ¿Otra disculpa? — me espetó con rabia.

Su enfado me produjo cierta diversión e hice todo lo que estuvo en mi mano para contener una sonrisa que amenazaba con adueñarse de mi boca.

—Creí que en España os saludabais con dos besos — fue lo único que se me ocurrió decir. 

Abrí los ojos y cerré la llave del agua. Tras salir de la ducha, envolví mi cuerpo con una toalla limpia y cogí el té que había dejado sobre la encimera. Le di un sorbo y observé mi reflejo borroso en el espejo empañado.

—Espero que te guste la menta — le dije, fascinado ante el hecho de que hubiera aceptado mi descabellada propuesta y de que estuviera en mi cocina —. ¿En qué piensas? — no pude evitar preguntarle al ver lo absorta que parecía estar en sus pensamientos.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora