Capítulo 22

8.6K 592 112
                                    




Recargué mi peso contra la pared y clavé la mirada en el cielo. Esa noche estaba extrañamente despejado y se podían distinguir un elevado número de estrellas a lo lejos.

Habíamos regresado a Londres hacía un par de días. El segundo concierto de la gira, de hecho, se había celebrado en dicha ciudad hacía solo dos noches. El próximo se celebraría en Manchester mañana, por lo que esa tarde nos habíamos reunido en casa de Abby y Roger para concretar los últimos detalles antes de emprender el viaje.

Miré el reloj de mi móvil y lo guardé en el bolsillo de mi chaqueta. Luego, me abracé para intentar resguardarme del frío de la noche. En menos de ocho horas estaríamos montados en el bus de la banda, que nos llevaría al próximo destino.

Me volteé ligeramente al escuchar como la puerta de la terraza se abría. Peter apareció con dos infusiones humeante entre las manos y me extendió una. Agradecida, la cogí y disfruté del calor que esta me proporcionó. Dentro de la sala de estar, los chicos, Mia y Jake, seguían discutiendo una serie de asuntos técnicos en referencia a los próximos conciertos.

—No me has contado como te fue la cita con el canadiense— dijo el recién llegado, sacándome de mis pensamientos.

Tras descubrir que parte de la familia paterna de Jake era de Ottawa, lo había bautizado de esa forma.

Lo enfrenté con la mirada y la imagen de su rostro justo delante de mí me transmitió una sensación de paz instantánea.

—Te he echado de menos.

Rodeé su cintura con los brazos y apoyé momentáneamente la cara contra su pecho.

—¿Por qué tengo la sensación de que estás esquivando mi pregunta?

Tras reprimir un suspiro, lo solté y le di un pequeño sorbo a mi taza para ganar tiempo.

—Fue francamente bien — mascullé, clavando la mirada al cielo de nuevo para evitar la suya —. Me dio un beso de buenas noches al final de la noche.

—¿Un beso de buenas noches? — inquirió, clavándome el dedo índice en las costillas para que lo mirara de una vez. Me quejé y me masajeé la zona, dirigiéndole un gesto asesino —. Mi abuela también me da besos de buenas noches cuando la visito y me quedo a dormir en su casa.

Entrecerré los ojos y lo observé con odio fingido. Sin embargo, no pude disimular la sonrisa por más de dos segundos.

—¿April sabe que tu abuela te da ese tipo de besos de buenas noches?

Me carcajeé cuando su expresión se tiñó de espanto. Acabó por clavarme el dedo en las costillas de nevo. En esta ocasión le propiné un golpe juguetón en el brazo como respuesta.

—Mi abuela es sagrada — rebatió en tono divertido —. Ya le he presentado a April.

—¿Cómo? — exclamé, sorprendida ante su última declaración —. ¿Cuándo le has presentado a tu familia?

—Creo recordar que he dicho que le he presentado a mi abuela, no a toda mi familia — puntualizó.

—Oh, cállate. Todo el mundo sabe que la opinión de la matriarca es la más importante —. Bebí de la taza y le lancé una mirada inquisitiva—. ¿Cuándo ha pasado esto?

—El domingo — se limitó a contestar, encogiéndose de hombros.

—Quiero, no, exijo conocerla. Creo que ya te lo dije la última vez que hablamos del tema.

Una risa melódica y sincera brotó de su pecho. Era extraño verlo reír de esa manera, pero agradable a la vez. Era obvio que April le hacía bien.

—Mañana vendrá al concierto — confesó, sonrojándose ligeramente. Contuve las ganas de picarlo. ¡Que mono! Carraspeó —. No nos desviemos del tema. Me estabas contando como te fue la cita con el canadiense.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora