Capítulo 18

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La alarma sonó a las seis de la mañana al día siguiente. Yo llevaba dos horas despierta, dando tumbos de un lado al otro de la cama. Había tenido una pesadilla y había sido incapaz de volver a conciliar el sueño. Ni siquiera recordaba de que se trataba. Lo único que sabía era que me había despertado muy sobresaltada.

Tras desperezarme, me levanté y descorrí las cortinas de la estancia. Habíamos llegado al hotel bien entrada la medianoche. Todas nuestras habitaciones se encontraban en la tercera planta, ocupada solo por el equipo. El vuelo había resultado tremendamente agotador, por lo que me había quedado dormida nada más llegar.

Paseé la mirada por el lugar, esta vez con más ímpetu. Labor no decepcionaba. La habitación era todo lujo: parquet, suelo radiante, cama doble, un amplio vestidor, un jacuzzi en el baño... Y todo para mí solita.

Me asomé por la ventana y me recibió la oscuridad absoluta al otro lado. Me alivió comprobar que al menos no estaba lloviendo. No se escuchaba absolutamente nada. Cerré los ojos durante unos segundos, dejando que la paz de esa hora me embargara.

Tras unos minutos, me vestí con ropa de deporte y salí al pasillo, tenuemente iluminado por las lámparas de la pared. Me había citado con el resto del equipo dentro de dos horas en el lobby para ir a desayunar juntos. Tendríamos que visitar el estadio en el que Labor actuaría por la noche esa misma mañana.

Una excitante sensación de hormigueo se instaló en mi vientre. Me moría de ganas por poner en práctica mis conocimientos, meterme de lleno en el trabajo. Era una persona bastante perfeccionista, por lo que aquello suponía todo un reto para mí.

Mis ojos, traicioneros, se clavaron en la puerta que había al otro lado del corredor. Flashes de recuerdos se colaron en mi mente y sentí el fuego en mis mejillas.

— Tranquila — lo escuché susurrar mientras dibujaba figuras inexactas con el pulgar en la piel de mi mandíbula. Tragué saliva —. Respira. Ya pasó.

Di un brinco cuando la puerta se abrió de golpe. Contuve la respiración y recorrí su cuerpo con la mirada, aprovechado que él aún no me había divisado. También llevaba ropa de deporte: pantalones oscuros y ceñidos, sudadera del mismo color y unas zapatillas naranjas. Su sex-appeal era evidente incluso a esas horas de la mañana.

Al principio, Ben no reparó en mi presencia. Fue ya al cabo de unos segundos cuando me vio. Nos miramos sin musitar palabra alguna. Su expresión denotaba cansancio. Se notaba a leguas que también se acababa de despertar.

—Buenos días — dije, controlando mi tono de voz y tragando saliva a continuación. Tenía la boca seca.

— Buenos días, jefa —. Trazó una irresistible sonrisa con la boca, provocando una serie chispazos irracionales en mi estómago — ¿Vas a salir a correr? — lo escuché preguntar, y el tono ronco de su voz confirmó mis sospechas. Asentí como respuesta y él apartó la mirada —. ¿Te apetece que vayamos juntos? —. Me enfrentó de nuevo, dando un paso al frente y apoyando un dedo en mi frente, empujándola levemente y ensanchando su sonrisa —. Creo que te puedo enseñar un lugar que te gustará.

Intuí la negativa en la punta de mi lengua, todas las alarmas de mi cuerpo se activaron. Aun así, cuando entreabrí los labios, me descubrí acceptando Su propuesta.

Caminamos hacia el ascensor en completo silencio. Una vez en su interior, nuestras miradas se encontraron a través del reflejo. El reducido espacio se llenó de su perfume y contuve el aliento, embriagada por la electrizante atmósfera que había comenzado a fluir entre nosotros.

— Gracias por lo de ayer — acabé diciendo, puede que en un intento de aminorar la tensión, de ignorar la voz interior que me decía que redujera la distancia que nos separaba a la nada.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora