Capítulo 21

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El taxi se detuvo junto a la orilla del río. La majestuosa catedral de la ciudad se alzaba al otro lado, iluminada tan solo por las luces nocturnas. Me bajé del vehículo embelesada por la infinidad de detalles que adornaban sus paredes, cada una de sus fachadas. Según había leído, era el edificio gótico más alto del mundo.

—Las vistas son preciosas, ¿no crees? — me preguntó Jake. 

No pude evitar sonreír con timidez cuando me volteé y vi que me estaba mirando fijamente. Recorrí nuestro alrededor con los ojos. El puente que unía ambas orillas del río estaba iluminado por luces doradas, dándole un toque mágico al lugar.

—Sí — dije finalmente, enfrentándolo de nuevo con la mirada —, son preciosas.

Tras dedicarme una expresión de complacencia, me tomó de la mano y me guio en dirección al puente.

—¿A dónde me llevas? — quise saber.

—A la mejor cervecería de la ciudad— contestó, rozando el dorso de mi mano con el dedo pulgar al hablar. Me pregunté si había obrado de forma premeditada —. Iremos paseando. Es una pena que dispongamos de tan poco tiempo para que te enseñe Colonia.

Asentí y me aferré a su mano, disfrutando de la sensación de seguridad que me proporcionaba su agarre. Todo en él desprendía calidez. Resultó sencillo dejarme guiar por sus pasos. Permití que sus recuerdos impregnaran mi mente a medida que me señalaba puntos de la ciudad y me explicaba anécdotas de sus años de universitario. Me estremecí cada vez que su mano rozaba mi piel, cuando se acercaba y me apartaba el pelo de la cara de forma casual. Por un momento, olvidé la noche anterior; el pasado quedó a un segundo plano y el presente obtuvo su papel protagonista.

—Se dice que la catedral se construyó para albergar los huesos de los Tres Reyes Magos — me dijo cuando llegamos a los pies de la imponente edificación—. De hecho, el relicario en el que se conservan es el más grande del mundo.

—Fascinante — mascullé como respuesta —. Me encantaría verlo con mis propios ojos.

Por desgracia, a esas horas de la noche la catedral ya había cerrado sus puertas.

Jake tiró de mí y cruzamos la calle, dejando la catedral atrás, caminando sin prisa, pero sin pausa. 

—Siempre podemos regresar en unos años visitar la catedral más detenidamente.

Lo miré entre sorprendida y divertida, soltándome de su agarre.

—¿No crees que vas un poco deprisa?

Solté una carcajada y me cubrí el rostro con la mano.
Recuperó mi mano y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta. La sonrisa no había abandonado sus labios, ni tampoco el reflejo de sus pupilas.

—Bien — masculló —. Pues iremos a tu ritmo y comenzaremos tomándonos esa kölsch.

Levantó la barbilla mientras hablaba. Cuando miré al frente, me percaté de que habíamos llegado a las puertas de una cervecería. El suelo era de parquet, las paredes estaban forradas de madera y las fachadas exteriores estaban decoradas con macetas llenas de flores. Sin duda, el ambiente de fin de semana invitaba a ocupar una de sus largas mesas.

Lo seguí al interior del local y nos sentamos en un rincón. El camarero no tardó en atendernos. Al cabo de pocos minutos, ya teníamos dos cervezas delante.

Prost! — exclamé, levantando mi vaso y chocándolo con el de Jake para brindar.

—Haz los honores, por favor — propuso, señalando la bebida e invitándome a que bebiera.

Efectos secundarios [2.5].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora