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Una semana.

Una semana había pasado desde la última vez que vi a Riley en aquel callejón cerca de la comisaría esperándome con un cigarrillo en la boca, donde yo me acerqué con una carpeta llena de información para él y le quité el tabaco de los labios. Cuando se acercó a mí, me acorraló contra una de aquellas paredes y me besó de esa forma tan intensa y excitante que me dejó completamente loca durante toda la noche y el resto de días.

No sabría decir en qué momento Riley Allen, un asesino y ladrón sin escrúpulos, se metió tanto en mi cabeza que ya era inevitable sacarlo de mi vida. ¿En qué momento lo dejé acceder a mi mente?. Aquellos días que no lo vi, me sentí sola a pesar de no tenerlo conmigo todo el tiempo; aunque tampoco había tenido tiempo para pensar mucho en lo que sentía, ya que desde lo sucedido en la silla eléctrica mi salud ha ido en declive.

Una semana sin ir a trabajar. La última vez que fui, me desmayé en medio de un importante interrogatorio y Elías me mandó a casa, y me prohibió la entrada a la comisaría hasta que no estuviera perfectamente bien.

Sí, igual que a Trevor.

Esos dichosos siete días fueron los peores de mi vida. Aburrida. Encerrada en mi habitación con dolores fuertes de cabeza, fiebre insoportable, sin poder levantarme de la cama por dolores en los músculos; cada día que pasaba estaba peor. Las ataduras de mis manos y tobillos se notaban rojas, al mismo tiempo que las quemaduras en mi cuero cabelludo se cicatrizaban.

No podía más con mi vida y eso era evidente. Riley me había jodido y mucho.

A pesar de todo lo que estaba pasando, no podía dejar de trabajar. Fui a la cocina en pijama, arrastrando los pies cubiertos con mis medias para hacerme un asqueroso té para el maldito dolor de cabeza y las ganas de vomitar que me dominaban desde que mis ojos se abrieron a la mañana. ¿Era sábado o domingo? No importa, pero yo tenía que seguir con mi investigación como lo hacía Trevor que no se detenía ni aunque tuviera dos balazos en el cuerpo.

Me senté en mi sofá con la taza en mis manos. Miré la computadora asentada al lado mío y bufé; bufé tan fuerte que me secó la garganta y me dieron ganas de toser.

Mientras tomaba té, pensaba. Pensaba en que no había hablado con nadie, no había contestado los mensajes de Elías y Trevor preguntándome cómo me encontraba, las llamadas desesperadas y preocupadas de Bramson me llegaban hasta agobiar y había decidido apagar el celular y dejarlo abandonado dentro de mi mesita de noche. Lo que me sorprendía hasta el momento era que no habían mandado a una patrulla para tirarme la puerta abajo y que verificaran si estaba viva o no.

No me importaba en lo absoluto.

Sostenía la taza con ambas manos y las sentía calentarse pero a su vez se estaban entumeciendo, algo que me pasaba seguida sin motivo. Igual que algún movimiento involuntario que tenía mi cuerpo como respuesta a estímulos inexistentes: como mover la rodilla o el codo como si me hubieran pegado con esos martillos que los doctores utilizan en las revisiones de estímulos.

Inexplicable.

Sabía perfectamente que la única solución a todos mis pesares era ir al médico, pero esa opción no estaba en ninguno de mis planes. ¿Cómo le explicaba al maldito doctor lo que me estaba pasando sin meter la larga y tediosa historia del asesino en serie pelirrojo con ojos azules -que con tan solo uno de esos besos me hacía temblar las puñeteras rodillas-, me ató a la silla eléctrica y me tuvo ahí electrocutándome -obviamente- durante nadie sabría cuanto tiempo?. No... sería asqueroso y me mandaría al psiquiatra, no a un neurólogo.

Maldito Riley. Lo detestaba tanto... pero a su vez no podía no pensar en él y en lo que estaría haciendo en ese preciso instante mientras yo deseaba morir porque mi nariz no dejaba de sangrar como una puta fuente.

Dejé la taza sobre la mesita de centro de mi salón y coloqué la computadora sobre mis piernas. Entré a la aplicación del mail y fruncí el ceño al ver la cantidad de correos que me habían llegado.

-Hijos de puta... -Maldije con mi voz un poco ronca por no haber hablado durante una semana entera.

Abrí el último mail que me habían mandado: era de alguien desconocido. Había un archivo, el cual me descargué con desconfianza dando por perdida mi computadora.

Hice click en la descarga y mi ceño se frunció cada vez más: era un correo proveniente de un policía de New York encubierto en Washington DC para meterse en la mafia que Riley me había dicho que investigara.

-Mierda... -Susurré- Ya me metiste en problemas, maldito -Maldije a Allen.

Pero para mi sorpresa no eran problemas. Eran fotos para ayudarme en mi caso; fotos de Riley con Ashley paseando por las calles de la ciudad agarrados de la mano, besándose con ¿pasión?.

Debía admitir que una parte muy grande de mi ser empezó a hervir de rabia e ira. ¿Ese imbécil estaba besando a Ashley igual que lo había hecho conmigo?.

Maldito idiota... 

MONSTER.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora