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Ese mismo día a la noche, me encontraba entrando a mi casa. Con un largo suspiro cerré la puerta detrás mío y toqué el interruptor de la luz para prenderla, alumbrando el salón. Me acerqué a la mesa al lado de la puerta y dejé las llaves, junto con mi placa y mi arma policial.

Caminé hasta la cocina mientras acariciaba mi cuello. Estaba cansada, más de lo habitual; lo único que esperaba y ansiaba era poder ir a mi habitación y dormir, pero no creía poder hacerlo. Mi mente no paraba de pensar en todo lo que había pasado hoy, el secuestro de Gibson, la desaparición de Montero... Riley en la televisión.

Y eso era lo más extraño y lo que me mantenía con un horrible insomnio: el maldito Riley Allen. Y no sabía por qué. Tal vez, solo me parecía atractivo... ¿pero qué estaba pensando? Ese lunático había hecho cosas espantosas y no podía sentirme atraída por él, ¿o sí?.

Mientras mi cabeza divagaba, como siempre cada vez que llegaba a casa luego del trabajo, llené un vaso con un poco de agua y cuando iba a beber de él, desde la sala se escuchó un objeto caerse. Fruncí mi ceño y apoyé lentamente el vaso sobre la blanca mesada de mi cocina, tanteé mi cintura y maldije el momento en el que había dejado la pistola sobre la mesa. Agarré uno de los cuchillos y caminé con paso firme, y mi ceño se frunció más al no ver nada o nadie.

Solté un suspiro relajada y me acerqué a uno de los estantes, apoyando el cuchillo sobre la mesa ratona delante del sofá. -Mierda... -Susurré agachándome a recoger el adorno que se había roto al caerse. Pero por mi mente pasaba que había algo que no estaba bien. Me levanté lentamente y tragué saliva al no tener el cuchillo.

Sentí unos labios cerca de mi oreja. -Hola, hermosa -Un susurro recorrió mi cuerpo y lo hizo temblar por culpa de un escalofrío. Volteé rápidamente y lo vi parado delante mío con esa hermosa sonrisa gigante, mostrando sus blancos dientes.

-¿Qué haces en mi casa? -Interrogué efusivamente mientras me alejaba de él, y analizaba la situación y lo que podía hacer para conseguir mi arma de nuevo.

-No te gastes... -Allen me mostró mi arma sin dejar de sonreír. Todavía quedaba el cuchillo, pero esa idea se esfumó en cuanto vi que en la otra mano empuñaba el bendito cuchillo.

En ese momento, ya no tenía nada qué hacer y volví a suspirar. Tenía todas las armas a mano y yo estaba a punto de chocarme contra el maldito estante lleno de malditos adornos. -¿Qué haces aquí? -Volví a preguntar con mi rostro serio.

Riley se guardó la pistola policial y el cuchillo- Te dije que vendría por ti -Me recordó mientras caminaba a paso lento pero decidido hacia mí.

-¿Cómo entraste a mi casa? -Volví a preguntar haciendo que sus ojos rodaran hacia un costado.

-Eso no importa, es muy aburrido responder esas preguntas -Comentó con su rostro serio- Te traje un regalo -Su sonrisa volvió a aparecer en su rostro.

Se movió hacia un costado y, con un ademán con una de sus manos me indicó que caminara delante suyo. Sin más qué hacer y aún desconfiando de él, caminé hasta la mesa grande del comedor con Riley atrás mío, podría decir que casi pegado a mi espalda. Lo sentía respirar lenta y pausadamente, estaba muy tranquilo a pesar de estar en la casa de una policía.

En medio de la mesa, había una caja negra con un moño arriba. Volví a fruncir el ceño al ver que era verdad, me había hecho un regalo. Algo quería, seguro. Me acerqué con más desconfianza.

-¿Qué hay dentro? -Me giré para mirarlo y choqué contra la mesa al tenerlo tan cerca.

-Ábrelo y lo verás... -Su sonrisa parecía mostrar inocencia, y eso era lo que menos tenía Riley Allen.

MONSTER.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora