-Allí, mira.
-¿Dónde?
-Al lado del chico alto y pelirrojo.
-¿El de gafas?
-¿Has visto su cara?
-¿Has visto su cicatriz?
-Y la niña pelirroja que va a su lado ¿Escuchaste su apellido?
-¿Es la hija del profesor?
Los murmullos nos siguieron a Harry y a mi desde el momento en que, al día siguiente, salimos del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarnos, más a Harry que a mi, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención. Desee que no lo hicieran, porque intentaba concentrarme para encontrar el camino mi clase.
En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros.
Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors, pero Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ!
Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch. Harry, Ron y yo nos las arreglaron para chocar con él, en la primera mañana. Filch nos encontró tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso. No nos creyó cuando dijimos que estabamos perdidos, estaba convencido de que queriamos entrar a propósito y nos amenazó con encerrarnos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, nos rescató.
Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los gemelos Weasley), y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos era darle una buena patada a la Señora Norris. Yo lo estaba deseando hacer.
Teniamos que estudiar los cielos nocturnos con nuestros telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana ibamos a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendiamos a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debiamos utilizarlas.
Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Me caía muy bien y me hacía mucha gracia lo pequeñín que era. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre de Harry, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista.
La profesora McGonagall era siempre diferente. Yo había tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas. Estricta e inteligente, nos habló en el primer momento en que nos sentamos, el día de su primera clase.
-Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts-dijo-Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.
Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estabamos muy impresionados y no aguantabamos las ganas de empezar, pero muy pronto nos dimos cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieramos transformar muebles en animales. Después de hacer una cantidad de complicadas anotaciones, nos dio a cada uno una cerilla para que intentaramos convertirla en una aguja. Al final de la clase, sólo Hermione Granger y yo habiamos hecho algún cambio en la cerilla. La profesora McGonagall mostró a todos cómo se habian vuelto plateadas y puntiagudas, y nos dedicó una radiante sonrisa a las dos.
La clase que todos esperabamos era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma. Su aula tenía un fuerte olor a ajo, y todos decían que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania y del que tenía miedo de que volviera a buscarlo. Su turbante, nos dijo, era un regalo de un príncipe africano como agradecimiento por haberlo liberado de un molesto zombi, pero ninguno creiamos demasiado en su historia. Por un lado, porque cuando Seamus Finnigan se mostró deseoso de saber cómo había derrotado al zombi, el profesor Quirrell se ruborizó y comenzó a hablar del tiempo, y por el otro, porque habían notado que el curioso olor salía del turbante, y los gemelos Weasley insistían en que estaba lleno de ajo, para proteger a Quirrell cuando el vampiro apareciera.
Me interesaban mucho todas las clases, y me encantaba todo lo que estaba aprendiendo, aunque la mayoría ya me lo sabía gracias a mi padre.
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Emma Potter y la Piedra Filosofal (COMPLETA)
FanfictionEmma Potter se ha quedado huérfana y la ha adoptado ni más ni menos que el profesor más temido en Hogwarts, Severus Snape. Emma es muy feliz aunque su padre este ausente bastante tiempo por su trabajo, hasta que un buen día recibe su carta de Hogwar...