CAPÍTULO 3: CALLEJÓN DIAGON

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Nos aparecimos en el Caldero Chorreante. Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. Mi padre me llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos. Dio tres golpes a la pared, con su varita y el ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaba contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre nosotros.

—Sí, vas a necesitar uno —dijo mi padre— pero mejor que vayamos primero a sacar dinero.

Desee tener ocho ojos más. Nunca había venido a comprar con mi padre, por lo que no conocía nada de esto. Movía la cabeza en todas direcciones mientras iba calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando nosotros pasamos, diciendo: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos...». Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y muchos objetos muy interesantes. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna...

Nada más sacamos dinero de Gringotts nos dirigimos a comprar mis materiales para el colegio. No quería ir nunca más a Gringotts, salí mareada por culpa de los carros.

—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo mi padre, señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»— Te espero aquí, entra.

Hice lo que mi padre me pidió. Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.

—¿Hogwarts, guapa? — dijo nada más entre, yo asentí enseguida.

Madame Malkin me puso en un escabel, me deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarme el largo apropiado. Pasaron unos minutos cuando Madame Malkin volvió a hablar.

—Ya está listo lo tuyo, guapa.

Salí para fuera y me dirigí a mi padre.

—¿Ya está? — me pregunto nada más llegue.

— Si —respondí, solo estaba deseando comprar el resto de mis cosas para poder ir al fin a comprar mi varita.

— Bien, sigamos.

Nos detuvimos a comprar pergamino y plumas. Compramos mis libros en Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Consegui una bonita balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitamos la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras colgaban del techo. Mientras mi padre preguntaba al hombre que estaba detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, yo examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada).

Fuera de la droguería, mi padre miró otra vez la lista mi lista.

—Sólo falta la varita...— comentó mi padre.

—Si si vamos vamos — dije mientras arrastraba a mi padre hacia la última tienda, deseosa de tener ya mi varita.

Una varita mágica... Eso era lo que realmente había estado esperando.

Emma Potter y la Piedra Filosofal (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora