Capitulo 2

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No sé cómo diablos hicimos para llegar hasta su casa, o incluso si me despedí de Ana y Cecil. Solo sé que este tipo sabe besar, y tiene las manos grandes y cálidas.

Entre besos y tropezones, logramos llegar hasta su cuarto.

Nuestras ropas estaban apiladas sobre el suelo, lo único de lo que aún no podía deshacerme, era del leotardo.

-¿Eres nadadora?- pregunta el tipo mientras desliza la yema de sus dedos sobre las mangas de mi leotardo. Aprovecho la oportunidad para mira a sus hermosos ojos verdes.

-Soy bailarina de ballet- le digo con la voz entrecortada, debido a todos los besos.

Baja las mangas de mi leotardo. Cierro los ojos cuando sus manos se deslizan, desde mi cuello hasta mi cintura.

-Tienes la cintura más pequeña que he visto en una mujer- dice él, con ese tono de voz aterciopelada, que se ha hecho más profunda debido a todo la tensión sexual entre los dos.

-Gracias. Le gusta que la halaguen-

Me quito el leotardo, desesperada porque sus manos recorran mi cuerpo desnudo.

No nos toma tanto tiempo estar conectados.

Mientras el señor ojos verdes se mueve dentro de mí, en lo único en que puedo pensar es lo bien que se siente, sus dedos enredados con los míos sobre mi cabeza, que aprieta levemente cuando se mueve. El sonido de sus gemidos, que son tan sensuales, y me hacen sentir incluso más placer. Pero lo mejor de todo, es lo forma en la que mira. La tristeza se ha borrado de sus ojos, y ha sido sustituida por unos ojos llenos de amor, de placer.

Alcanzo mi orgasmo antes que él, y cuando él lo hace, libera un gemido, y grita el nombre de alguien.

Los dos caemos dormidos al instante, exhaustos pero a la vez satisfechos.

Esto es lo que sucede cuando bebes sin tener límites.

Haces locuras, las cuales no recuerdas al día siguiente, luego pasas por una fase de culpa, negación y aceptación.

No proceso todas esas fases al despertarme el siguiente día, abrazado por un tipo, del cual no recuerdo su nombre. Y lo peor de la historia, estar completamente desnuda.

Moraleja de la historia, no volver hacerle caso a Ana, de beber para olvidar las penas.

El tipo me tiene tan sujeta a sus brazos, que aunque intente pasar desapercibida, sería una misión imposible.

Miro el reloj en su mesa de noche, y marca las seis y media. Tengo que estar en el estudio de ballet en menos de media hora, y yo nunca he sido impuntual.

Bien, a la mierda el orgullo, me importan más los ensayos, que despertar al tipo que le gusta dormir de cucharita.

-Ahh...oye- balbuceo, pero el hombre no se mueve –tengo que...-me aclaro la garganta –tengo que irme- digo más fuerte.

Esta vez el tipo parece haber escuchado, se mueve, y tengo que morderme el labio para evitar gemir al sentir su erección matutina.

Levanto su brazo de mi cintura, y me levanto de la cama demasiado rápido, lo que hace que me maree, debido a la resaca.

Vuelvo a sentarme a la orilla de la cama, mientras el tipo asimila que ya es de día, que hay una mujer en su cama, y que tiene resaca.

-Ohhh- lo escucho decir a mis espaldas, mientras intenta acomodar su cerebro en su cabeza –buenos...bueno días- dice apenado.

-Buenas días- le digo, mientras recojo mi ropa del piso y me la pongo.

El tipo intenta ponerse en pie, y tomar sus calzoncillos, pero parece que su cabeza no lo deja.

Tomo sus calzoncillos por él, y se los entrego.

-Gracias- dice él con una voz dulce, pero aun llena de vergüenza.

Los dos nos vestimos, y nos quejamos del horrible dolor de cabeza.

El tipo parecer querer decir algo, pero no sabe el que.

Lo miro, de verdad lo miro, ya que al fin esta vestido, y su cuerpo esculpido, al igual que su flecha, yo no es visible para mi libido.

-Debería irme- le digo con una sonrisa – solo olvidémoslo-

El tipo se rasca su cuello con incomodad, pero me sonríe. Tiene una sonrisa linda, amigable.

Doy un giro tan estúpidamente, ya que eso hace que me maree, y que mi cabeza duele el doble. El tipo va a mi encuentro, y me ayuda a estabilizarme, con sus grandes y cálidas manos. Si mal no lo recuerdo, eso fue algo que disfrute anoche. Sus grandes y cálidas manos.

-Tengo aspirinas y jugo de naranja. Déjame que te sirva algo de comer también-

Aunque quiero huir de esta casa lo más pronto posible, no puedo negar que me caería bien una aspirina y un jugo de naranja.

Lo sigo hasta su cocina.

Su apartamento es impecable. No tiene muchos cuadros en las paredes, ni tampoco tantos adornos sobre las mesas, o fotos familiares. Pero es un lugar ordenado, con paredes pintadas de un gris pálido, y una sala de estar modesta, con muebles de cuero, un estante de libros de madera, y una plasma.

Su cocina apenas y tiene adornos, se ve casi estéril y triste.

Toma un vaso de vidrio del estante, y saca de la refrigeradora el jugo de naranja.

Me sirve el jugo, y también me entrega una aspirina.

Mientras la bebo, lo veo intentar asimilar todo. Suspira, y cuando me mira, y nota que lo estoy mirando, sonríe.

-Tú también deberías tomar una aspirina- le digo entregándole el vaso vacío de cristal.

-Lo hare, no te preocupes-

Nos quedamos en un silencio incómodo. Hasta que escucho un par de pequeños ladridos venir de la terraza. Miro en dirección de los ladridos, y me encuentro con un adorable cachorro marrón.

-¿Tienes un perro?- digo intentando llenar el silencio. Él sonríe y asiente.

-Se llama Omega- sonríe apenado al decirme su nombre –mi amiga pensó que sería como una vitamina para mí, pero ningún nombre de vitamina sonaban tan bien como Omega, así que, lo nombramos Omega-

Sonrió, y siento unos enormes impulsos de lanzarme hacia él, y besarlo en sus labios llenos, que seguro se sintieron bien anoche. Solo si pudiera recordar más detalles.

Miro de nuevo la hora en el reloj de su cocina, y es momento de marcharme.

-Tengo que irme- el asiente, y me ayuda a bajarme del taburete.

Camino hasta la puerta, mientras intento pensar en cómo despedirme. ¿Abrazo, beso o un simple apretón de manos?

Hago lo que es correcto, y alzo mi mano, pero él estaba a punto de abrazarme, por lo que estoy a punto de abrazarlo, pero luego el alza su mano.

Los dos reímos apenados, y nos damos un simple apretón de manos al final.

-Adiós- dice el con una sonrisa.

Me despido con la mano, y me alejo, dándole gracias al de arriba, por no haber permitido que me fuera a casa con criminal, o lo que es peor, un psicópata.

Cuando estoy en el autobús, camino al estudio de ballet, les envió un mensaje a las chicas.

YO: De ahora en adelante, prefiero llorar a beber. Ni se imaginan dónde amanecí.

El verde de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora