Capitulo 38

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38.

—Por un demonio, mamá. Llámame. —imploré paseándome de un lado hacia al otro por la habitación. Mi pecho estaba atascado en un remolino de sentimientos desesperantes. Tenía una gran incertidumbre, no podía respirar. Me costaba. Abrí la boca para que pudiese respirar bien, tenía un presentimiento abrumador asomándose justo en mi corazón. Mi pecho estaba turgente.
Sammy juntó sus manos y le vi en el rostro que lloraba. Me hinqué hacia él para sacarle las lágrimas con los nudillos de los dedos.
—Tranquilo, ¿Vale? Nada malo ocurrirá. —más bien traté de convencerme a mí misma. Si mi pecho estaba lloriqueando, y esto no me pasaba como algo diario.
Alzó la cabeza y supe que él estaba temblando. Temía, al igual que yo.
—Ayer... —titubeó y tragó saliva, sollozó—. Esto mismo ocurrió en mi pesadilla. Y terminó muy mal.
—¿De qué estás hablando Sammy? —pregunté con el ceño fruncido. Hizo un puchero antes de jugar con sus dedos.
—Soy malito. ¿Verdad?
—¿Qué? No. —lo abracé para que gimoteara con serenidad—. No digas eso.
—Es que... cuando sueño cosas malas siempre ocurren. Y por la noche soñé que papi se moría.
Sus sollozos eran desgarradores, mi propio corazón se partió al escuchar la afliges en su voz. Una electricidad vacilante me recorrió de las muñecas hacia los hombros, poniéndome la piel de gallina al escuchar su confesión.
—Cariño... te prometo que sólo son sueños tuyos. Nada pasará. Te lo prometo.
—Es que en el orfanato yo soñé que Gordon era inválido, y a los tres días lo arrolló un auto y tuvieron que cortarle sus piernitas. —volvió a sollozar, y yo tragué saliva tratando de buscar la manera para calmarlo. Pero no la encontraba, estaba desesperado. Me pregunté si realmente eran coincidencias, porque otra cosa no podía ser. Sam no era psíquico u algo por el estilo. Y no había manera de que lo que había soñado había sido cierto. Mi teléfono vibró en la parte posterior de mis vaqueros y lo tomé entre mis dedos para llevarlo a mi oído con dedos temblorosos, mientras que con la otra mano le acariciaba los cabellos a Sam para tranquilizarlo. Pero al segundo volvió a entumecerse en mi pecho como si fuera la solución a su desesperación y tristeza.
—¿Halo? —contesté con un inmenso nudo en la garganta.
—Cariño... vente al hospital de la quinta estación ahora mismo, ¿Vale?
No pude explicar el temblor en mi propio cuerpo al escuchar la voz de mamá. Era abrumadora, desazonada y mortificante. Una clase de voz que te hace confirmación a todas tus sospechas deducidas. Sólo bastaron esas palabras para montarnos a mí y a Sam dentro del auto y partir a toda velocidad. No me importó a los daños que nos arriesgábamos. Sabía que todo esto se trataba de papá, ¿Qué podía ser si no?
Una parte de mí... estaba temiendo a que las palabras de Sam fueran ciertas y a lo soñado pudiese basarse en la desolada verdad. No pude explicarle a dónde íbamos. Sabía que no pararía de llorar, porque si ahora no lo hacía no pararía nunca. Dentro de ocho minutos de rapidez nos dirigimos hacia el hospital, y le hablamos de papá. Nos dijo que estaba en el segundo piso, y yo cargué a Sam para dirigirnos hacia las escaleras y correr a toda prisa.
Y cuando llegamos, todo se derrumbó. Mamá no paraba de llorar, y estaba sobre su propio regazo gimoteando. Mi corazón se aceleró de una manera tan perturbadora que sentí que me daría un ataque cardiáco. Alzó su cabeza y se dirigió hacia ambos para abrazarnos con mucha fuerza.
—Dime que papá está bien. —pedí rogando con todas mis fuerzas.
—Está en emergencia Chloe, tuvo un accidente automovilístico. —comenzó a llorar desconsoladamente. Juro que sentí como las paredes se derrumbaban a mi lado, la cerámica se desmoronaba en cenizas cayendo hacia el suelo como un viejo polen. Ni si quiera podía escuchar los sollozos de mamá ni de Sammy, de pronto me sentí mareada y con ganas de desmayarme. En mi cabeza no caía que papá pudiera estar realmente en un hospital. ¿Cómo...?
Pero no lloré, simplemente les miré a ambos con la mirada perdida y tragando saliva con mucha fuerza.
—¿Cómo ocurrió mamá? —pregunté con la voz apenas audible. Pareciera que estuvieran rompiendo mis cuerdas vocales, como si el mismo ratón se hubiese comido mi propia lengua—. ¿¡Cómo?! ¡Si papá nunca comete una equivocación en cuestión de conducción! —exclamé, y ni si quiera me importó como alguien nos miraba. Era estúpido preocuparse por aquello. Mamá mantenía a Sammy abrazado mientras sollozaban ambos y se mezclaban como en una sopa de letras.
—Nada más me han dicho. —vociferó en un hilo de voz—. El doctor lo mantiene en la UCI está muy grave, tiene un tronco atascado en el omóplato, nadie sabe lo que ha ocurrido.
Me senté porque sentía como si mi propio cuerpo pesara trecientos kilogramos, me pasé las manos por el rostro exasperada. Nada podía estar peor. Nada.
—Yo soy el culpable mami, yo lo soy. —no paraba de repetir Sammy revolcándose entre su regazo.
Yo ni si quiera tenías las ganas para consolarlo. Estaba devastada, desesperanzada, perdida con mi propia mente. No mostraba ninguna expresión, estaba neutra.
Y no paré de estarlo hasta que dos policías estaban sentados a mi lado conversando entre sí. Eran los colegas de papá. Y me di cuenta de que todo el hospital estaba lleno, de los inmigrantes de Fort Worth, las ancianas de la florería, y de la panadería. Ciudadanos, y personas extrañamente desconocidas. Una patrulla de policías.
—Gilbert siempre tiene la velocidad mínima para conducir. Normalmente las razones normales para estar con el tronco de un árbol atascado entre tu espalda y casi en tus pulmones es porque tienes inyectado un kilo de metanfetaminas y heroína. O porque un auto se te atraviesa, pero era carretera vacía. ¿Ya ves que ni si quiera hay otro auto involucrado en todo esto?
—Los de investigación eso mismo están averiguando. Sólo espero a que se mejore, sin Gilbert nuestro pueblo no sería el mismo. Él los mantiene a todos a salvo. Hasta nosotros mismos. Es un pueblo con demasiadas personas vengativas, imagínate, en una de esas se ganó algunos enemigos.
—Tienes razón.
La charla de los oficiales me hizo nada más que entristecerme. Me dirigí a zancadas hacia la terraza del hospital, y tomé aire y las primeras lágrimas se escurrieron por el contorno de mi rostro. Sollocé tapándome con el dorso de la mano y cerré mis ojos con fuerza. Era imposible de que alguien pudiera haberle provocado el accidente con papá en el auto. Como también era imposible ha que haya podido chocar de esa manera. Algo estaba mal, y lloré porque la intriga me estaba consumiendo al igual que la tristeza.
—Por el amor de dios. Que esté bien, por favor. —sollocé quitándome las lágrimas con mi brazo. Estuve unos minutos en silencio mirando al asfalto que estaba a unos cien metros de altura, las personas que caminaban hacia la entrada eran técnicamente microscópicas.
Un camión de fletes transportaba a dos obreros que bajaron de los palos de marfil para dejarse caer en un estrepitoso sonido. El trabajador uno se quitó el casco azafrán para ponérselo bajo la axila y traía dos discos en sus manos.
Trabajador dos le acompañó hacia la entrada y desaparecieron. Una señora de cabellos rojizos y con cuerpo esbelto estaba demacrada, con flores en sus manos y sentada en el borde de las plantas con la mirada desorbitada. Como si no entendiera por qué estaba mirando hacia el horizonte.
Me pregunté si las personas estaban en una situación similar a la mía. Con parientes enfermos, con familiares muertos, hijos, e incluso padres. Me imaginé la sensación que debía de haber tenido Justin cuando le mataron a su hermano pequeño, seguramente se sentía como ahora yo me sentía. Aunque al menos, tenía la mínima esperanza a que papá pudiera salir de todo esto. Prometería, a que sería una más de sus súbditos si fuese necesario. Le prometí a dios que si salvaba a papá, yo me alejaría de Justin, le haría caso en todo. Pero volví a rogar a que papá se mejorara.
Y lloré por unos quince minutos más, y me di cuenta de que ya era hora de bajar.
Mamá estaba sentada sola, traía la vista perdida y sus manos entrelazadas sobre su regazo. Me senté a su lado.
—¿Dónde está Sammy? —cuestioné.
—Tía Lyla se lo llevó a su casa. Él no quería irse, y no principalmente porque no la conocía, quería estar a mi lado. Pero no podía, no quiero que me vea en este estado Loe. —colocó su cabeza sobre mi hombro y lloró. Le tranquilicé acariciándole el cabello. Era difícil tratar de demostrarse parsimoniosa cuando era todo lo contrario, era difícil tener que tratar de ser la madura en una
situación tan
mortificante como ésta.
—Sabía que algo similar ocurriría. Era obvio. Muchos le odian a papá por imponer reglas. O porque se arriesga tanto ya en poner a personas maleantes detrás de las rejas.
Fruncí el ceño sacudiendo el hombro confusa.
—¿Cómo sabes que alguien le hizo esto a papá? ¿Y si realmente fue un accidente desprevenido? —pregunté relamiéndome los labios que se me estaban
resecando debido a los sollozos.
—Su auto no tenía frenos. Los de la investigación me
acaban de avisar. Esto ya estaba calculado.
Me tomé unos minutos en comprender en lo que me estaba diciendo. Mi cuerpo estaba temblando, la idea de que
alguien quisiera lastimar a papá se me hacía
atosigante. ¿Quién podría hacernos todo esto?
Claramente era una persona que nos quería ver sufrir, porque otra persona no podría ser. Por supuesto.
—¿Por qué...?
—Ni yo misma lo sé. —me interrumpió y se puso rígida en el asiento con sus dos dedos pulgares meciéndose de arriba hacia abajo en un gesto reconfortante para sí misma. Sabía que esto se le hacia tan malditamente
difícil, y la entendía, por un demonio, papá se encontraba en un estado grave. Quería verlo, y abrazarlo muy fuerte.
—¿No ha salido el doctor a decirnos algo?
—Esperemos... —se colocó de píe de pronto y traía un semblante serio, ni si quiera estuvo llorando. Se le veía
tan insegura y frágil, que quise abrazarla muy fuerte. Nunca había visto a mamá tan devastada en toda mi vida—. Enseguida regreso. —dijo, y entonces desapareció por los pasillos. Un tumulto de gente rodeaba los pasillos susurrando entre sí. Las personas le hacían gestos de tristeza hacia mamá, y me enfadó mucho. Porque, pareciera que le estuvieran dando su más sentido pésame.
Y no era así. Eran más de las diez de la noche y habían tantas personas que pareciera que fueran las cinco de la tarde, y a pesar de que los guardias le notificaban a los visitantes que la hora había acabado, se mantenían inmutables en sus sillas. Realmente me sorprendí
de la cantidad de personas que idolatraban a papá.
Y lloré, porque papá era una persona significante en las vidas de todos.
Se colocaron de píe cuando un doctor sin cabellos se apareció frente a nosotros secándose el sudor que caía por su frente reluciente. Se le veía agotado.
—¿La familia Gilbert?
Todos alzaron las manos, y el doctor los miró petrificado.
—Yo. —susurré titubeante acercándome hacia él, y el doctor asintió con la cabeza en mi dirección. Y luego miró a todos.
—Sepan que no puedo decirles los resultados a gente desconocida, lo lamento, podéis marcharse a sus casas.
Me tomó de la manga para llevarme hacia un lugar mucho más ajeno, y yo le miré suplicante. Con deseos y esperanzas a que dijera que todo estaría bien.
—¿Dónde está su madre?
—No lo sé, dijo que la esperara. Pero dígame que ocurre por favor.
—Preferiría decirlo cuando estén ambas. Todo esto se les hará complicado.
—Sólo dígame, por favor. —impetré. Cuando iba a volver a negarse mamá apareció a mi lado mirándole expectante. Y estuvo pálida, sin ningún color en el rostro. La sangre le había abandonado.
—El tronco casi le atraviesa el corazón, por suerte, se detuvo a tiempo. Pero en todo caso, no logró mucho, tiene varias complicaciones que si no se atienden con anticipación y destreza, le puede llevar al borde de la muerte.
—¿Qué...? Pero...
—Necesita un trasplante de pulmón con urgencia.
—manifestó—, El problema es que, no hay ningún donante a disposición. Lo lamento, pero, si no encontramos uno de aquí a una semana. Las posibilidades de que acabe muerto, son mayores. —asintió con la cabeza—. Haremos todo lo posible para tratar de encontrar uno.
Con mamá nos miramos atónitas, como si esto fuese increíble de creer. Y lo era. Mamá se derrumbó cayendo de rodillas en el suelo y sollozó con mucha fuerza.
—Tranquila Sra. Gilbert... —susurró hincándose hacia ella—. Su esposo tiene muchas personas que lo idolatran, seguramente encontraremos uno. Tranquila. —le dijo a mamá tratando de reconfortarla. Ambos lo hacíamos, le susurré que todo estaría bien.
Algo estaba ocurriendo, yo tenía certezas a que encontraríamos un donante. No estaba llorando, estaba muy asustada, sí. Pero no lloré, simplemente me dediqué a consolar a mamá. Y lo seguí haciendo hasta que el doctor desapareció para irse nuevamente dentro de la UCI.
—Escucha mamá, tranquila... el doctor encontrará uno ¿Vale? —titubeé—. Todo saldrá bien, confía en Dios, confía en papá. Él es fuerte y saldrá de todo esto. —sollocé abrazándola con toda mis fuerzas que quedaban.
No podía explicar la propia angustia que sentía, la desesperación por tratar de tranquilizar a mamá. Cada lágrima que caía de sus ojos zafiros me partían el alma.
Sentía su propia agonía, sus propias incertidumbres como si fuesen las mías propias. Estaba desesperada, porque quería que papá estuviera ahora mismo con mamá. Él sabía como calmarla a la perfección.
Me dediqué a decirle que todo estaría bien, porque realmente así lo presentía. Sentí que papá saldría, tenía mis esperanzas vivas e inquietas. Las certezas aún se mantenían y no paraba de susurrarme a que todo estaría bien, que papá saldría de éste hospital.

Dark Sides - Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora