Capitulo 27.

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  Reposé en mi carpa unos minutos mirando el techo indio que caía, el espacio no era tan microscópico como había pensado después de todo. Era algo acogedor, y cómodo. Como esos refugios que hacía cuando era pequeña y jugaba a ser forastera. Creando un hogar lleno de sábanas, y palos de escobas como techo.
«¿Vamos todas a la fiesta que haremos más allá del bosque?» «Paséis la voz».
Las chicas estaban arregladísimas, como si fuese tipo de esos pubs nocturnos. Yo sólo vestía un vestido de algodón rosado claro con tirantes, y un pequeño escote. El vestido me llegaba hasta más arriba de la rodilla y usaba zapatillas negras. Una coleta mal hecha y sólo un brillo labial. Eran las once de la noche, los maestros roncaban como oso. Sólo esperábamos a que siguieran así de dormidos hasta el día siguiente.
—Vaya, que espectacular luces, Chloe. —dijo sarcástica Connie con un tono bastante superficial. Ella llevaba una diadema de triángulos y unos shorts bastante provocativos. Al igual que un top del mismo modo. Claramente usaba zapatillas, (¿Se imaginan usar tacones en un bosque?) Llevé un chándal negro por si me daba frío. Sólo esperaba a que Justin fuese, porque o si no no tendría sentido ir a aburrirme.
—Pues vale.
Cinthia negó con la cabeza.
—No hagas caso, te ves preciosa. —aduló. Me encogí de hombros negligente. Candy tomó un foco y abrió el cierre de la carpa susurrando sigilosamente un:
—Salgan.
Caminamos en cuclillas hasta llegar hacia el otro extremo del bosque. Nadie estaba en sus carpas, así que adivinaba que todos habían ido. Al llegar al lago Neodlen (Un mar pequeño, que traía canoas, y más allá había una isla de Guadalupe, donde usualmente se situaba agua bendita). Ciento y tantas personas estaban reunidos, bailando al sonido de la música electrónica que traía un volumen considerado. Aunque todos dudábamos de que los maestros pudiesen escucharnos, estábamos a más de mil metros de distancia.
—¡Miren las amiguitas que me encontré! —chilló Damon con dos hojas de marihuana en la mano—. Estaremos listos esta noche, mojigatos. —las olió como si fuera el mejor perfume.
Traté de visualizar a Justin por alguna parte. No lo encontraba. Pero sí vi a Sky que charlaba animadamente con un chico que estaba en último año, era musculoso y suscrito en natación. Cabellos castaños, ojos marrones y boca carnosa. Estaba bien para ella. Lo que me extrañó fue que bebía cerveza. Ella nunca antes había bebido. La mayoría de los chicos se comían a las chicas, y viceversa. Hasta dos chicas se besaban. Guau, era repugnante. Realmente parecía como esas fiestas Strippear, o esas despedidas de solteras. Ya había conseguido la respuesta a por qué odiaba ir a fiestas. Motivos presentes. Suspiré y alguien me tomó de la cintura. Tenía la certeza de que fuese Justin, pero no, era Ralph Lewis.
—¡Chloe! Que bien que viniste, conociéndote pensé que te quedarías en la carpa aburrida. ¿Una cerveza? —ofreció. Yo negué susurrando un «No, gracias. No bebo»—. ¡Oh vamos! Sólo es una, disfruta de una vez por todas y deja de buscar al rey del hielo.
—¿Cómo sabes que lo hago? —fruncí el entrecejo.
—Porque sé que por uno de los motivos que viniste fue para encontrarte con él.
Yo me sonrojé ferozmente y aparté la mirada.
—Anda, toma una. —ofreció nuevamente, le miré escarmentada. ¿Una cerveza no le haría mal a nadie, verdad?
—Está bien. Pero sólo una. —hablé más animada. Él sonrió. Y yo di un trago, no estaba tan mal como pensé.
Y luego, una cerveza pasó a ser seis, y luego de seis, siete. ¡Oh demonios! Me estaba divirtiendo mucho. Estaba bailando con un Jhona, ¿O al parecer era Ralph? No recordaba, pero nunca me había sentido tan bien en la vida.
—¿Por qué estás así? —alguien susurró detrás de mí haciendo que pegase un brinco. Justin estaba a mi lado, sonreí tocándole el rostro.
—OoOh. Eres tú. ¿Dónde estabas? ¿Por qué no llegabas? —me reí ofreciéndome a él, prácticamente lanzándome a sus brazos. Justin hizo una mueca de asco.
—Estás fétida en cerveza. ¿Pero porque coño te has emborrachado?
—¡El gay me ofreció! Está bien rica. Como tus besos, me encantas Justin. —fruncí los labios para que me besara. Pero él me empujó apretando sus puños.
—Ese imbécil del demonio. No le bastó con la paliza que le di.
—¡Recuerdas cuando hicimos el amor bajo el árbol! Y la cagaste como siempre con tus comentarios. Fue inolvidable, siempre lo recordaré. —me reí bebiendo otro trago de cerveza. Él me lo arrebató de las manos tirándola al pulcro pasto, donde se quebró—. ¿Por qué hiciste eso? Las botellas también tienen sentimientos, no es justo que la rompas. Se rompió. —apenas me podía sostener, me tambaleaba a cada segundo.
—Estás patética. Mírate, borracha. —manifestó despectivo. Yo sollocé.
—¡Tú no me quieres! ¡No soy importante para ti! ¿Por qué? Me gustas mucho Justin. —hice un puchero pasándole el dedo por su boca que se veía deliciosa bajo las estrellas. Él nuevamente me apartó de él como si temiese a que le contagiara la peste negra.
—Y olvídate que luego de esto siquiera quiera besarte. Olvídalo. Nunca pensé que pudieses emborracharte, y bailado con cualquiera como si fueses una perra. Realmente ahora te desprecio Chloe.
—¡Pero yo te quiero! ¡Y tú no me quieres! ¿Por qué? ¿Soy tan fea? ¿Tengo los senos deforme? —me bajé los tirantes del vestido para enseñarle el corpiño negro que llevaba. Justin tragó saliva sonoramente, y me reí desquiciadamente—. ¡Pero no importa! Buscaré a alguien que en verdad me quiera.
Me di media vuelta, y había un chico sentado en un tronco del árbol. No sabía quién era, debido a que veía borroso o no cruzaba palabras con él. Me senté en su regazo poniendo los brazos alrededor de su cuello.
—¿Si tenemos sexo y te beso me querrás? —me reí contoneando mi trasero sobre su pelvis. El chico estaba tan sorprendido que los ojos se le salían de las órbitas. Lanzó un gemido que me hizo carcajear.
—Por... por supuesto... ¿Quién no podría quererte? Eres adorable, y hermosa.
—¡Él no me quiere! —apunté a Justin que se acercaba a mí a zancadas, tan furioso como si le acabara de lanzar una piedra en el rostro. Me tomó en sus brazos llevándome en el hombro. Y le lanzó un puñetazo al chico haciendo que se cayera por los arbustos. Yo me carcajee clamorosamente—. Eres un cavernícola. ¡Me encanta! Amo cuando te pones furioso porque entonces te ves tan jodidamente caliente. ¿Te han dicho que eres el chico más hot del mundo?
Me bajó de su hombro, la música no se escuchaba ahora ni tampoco las risas de las demás personas.
—¡Deja de decir más que babosadas! Y deja de actuar como una prostituta ahora mismo.
—¡Y además tienes un pene enorme! Me excitas, me fascinas. —ronroneé olfateando en su cuello.
—Eso es todo. —me tomó del codo con mucha fuerza.
—¡Me estás lastimando! —chillé votando lágrimas. Justin me empujó dentro del mar, yo salí casi ahogándome—. ¿Por qué hiciste eso? —hice un puchero—. Eres tan malito conmigo.
No había que ser psíquica para darse cuenta de que habría un asesinato.
—¡Te quedas allí hasta que yo te diga! Ni se te ocurra salir del agua porque entonces te irá muy mal, demasiado mal Chloe.
—¿Pero qué hago? ¿Me comerán los tiburones?
—Ojalá que sí. Y de paso, las pirañas, por ser una zorra.
—No me trates así, yo te quiero.
—¡Cállate! —gritó exasperado. Y yo le hice caso. En unos minutos veía con más claridad, y parecía recuperar más cordura que antes. Estaba tiritando como un chihuahua en invierno.
—¿Puedo salir ahora? —susurré petrificada.
—¿Se te calmó tu borrachera y tus discursos tarados? ¿Te dejarás de comportar como una perra? —asentí con la cabeza como una marioneta. Suspiró y asintió. Me tendió la mano, yo la tomé avergonzada y estaba chorreando en agua—. No puede ser posible, Gilbert. —entrecerró los ojos mirando hacia un árbol. Me miré, y me sonrojé. Se me marcaban los pezones, y los calzones.
—Si no estuvieses borracha juro que ahora mismo te haría gritar.
Sus palabras lograron agitarme de una manera explícita. Me moría de deseo por él y para que me tocara. Extrañaba sus caricias sobre mi cuerpo, mi cuerpo lo extrañaba a él. Y la sensación de tenerlo piel contra piel sobre mí.
—Te deseo. —murmuré titubeante.
—No, no lo haces. Ahora te acompañaré a tu carpa, te pondrás algo cómodo y dormirás. Estás temblando del frío, y no te pienses que te daré mi sudadera. Aprende la lección.
—Pero...
—Pero nada. —sonó seco—. No quiero que sigas tentándome, porque luego te arrepentirás. No tienes ni la idea de lo que te deseo. Con una fuerza tan maligna que podría dañarte.
Asentí abochornada, y humillada. Tenía tantos poderes sobre mí que deberían ser ilegales. Tenía don de humillarme por mí misma, que me arrepintiera de mis actos, de manipularme, de utilizarme, de hacer que lo quiera de una forma tan fuerte. De querer tenerlo a mi lado por siempre, de abrazarlo con todas mis fuerzas, y que me haga suya hasta cuando sea el fin del mundo, y el planeta tierra deje de rotar.
Me miró intensamente, sus labios estaban entreabiertos. Mi cuerpo se balanceaba mentalmente sobre el suyo y lo besaba de una manera tan alocada. Demonios, me volvía loca. Me relamí los labios instintivamente, y eso atrajo la atención de él. Tomé una de sus suaves y grandes manos para ponerlas sobre mis pechos, que estaban titubeando pidiendo de él. Justin cerró sus ojos con fuerza como si le hiciera daño.
—Chloe...
—Quiero que me beses. —susurré.
—No. —negó quitando su mano.
Suspiré, bajándome los tirantes del vestido y bajándolo. Haciendo que cayera sobre mis píes.
—¡Detente ahora mismo!
Me reí coqueta quitándome el sujetador.
—¿Qué pasa si no quiero?
—Porque tienes que ser tan malditamente caótica.
—Lo aprendí de ti.
Avancé hacia él cinco pasos. Justin me besó con desesperación y ansias, sabía que deseaba esto tanto como yo. Quizá me comportaba como una perra, pero mañana podría echarle la culpa al alcohol, ¿Verdad?
Le quité su sudadera para lanzarla sobre los arbustos, sentí sus dientes mordiendo mis pezones, me arqueé hacia él gimiendo. La mano de él bajó por mi bragas hasta tocarme el centro de mi feminidad, y comenzó a masajear éste.
—Oh por dios, Justin... No puedes hacerme esto.
—Tendrás tu castigo por querer comportarte como una chica mala. —sacó los dedos de allí para lamerlo—. Acuéstate sobre el pasto, y abre las piernas.
—¿Qué...?
—Hazlo, ahora. —ordenó con voz ronca. Asentí con la cabeza acostándome sobre el pasto, y abriendo las piernas tal y como lo dijo. Se inclinó hacia mí tomando el borde de las bragas para romperlas de un tirón.
—Justin...
—Cállate.
Contorneó sus dedos sobre los rizos de mi feminidad. Besándolos. Gemí enseguida, me abrió las paredes, y chillé cuando sentí su cálida y deliciosa lengua dentro de mí.
—¡Oh demonios!... —con sus dedos masajeó el centro de mi intimidad, mientras que lamía con profundidad dentro de mí. Estaba desfalleciéndome del placer ahí mismo. Le agarré de los cabellos haciendo que se hundiera más a lo profundo e infinito. Cerré mis ojos, ¡Estaba volando!—. Justin... —Advertí, quería sentirlo dentro de mí. Estaba por llegar al orgasmo, y no quería hacerlo sola. Era exasperante las ansias con la que esperaba llegar hacia el clímax. Pero él no me dejó hacerlo, siguió lamiéndome como si no hubiese un fin. Me arqueé avisándole.
—Estoy por llegar... —me quejé con voz ronca.
Justin se separó de mí para desabrocharse los pantalones y liberando su mayúscula erección.
—Espera, espera... no me he tomado la píldora, Justin. —susurré extasiada. Me besó antes de susurrar:
—Luego te la tomas, ¿La trajiste, verdad? —asentí con la cabeza. Y eso pareció ser suficiente para que se despeñara dentro de mí con fuerza, sus embestidas fueron con cólera, como si estuviese enfadado conmigo. Nuestras caderas se rozaban, nuestros labios susurraban, y mis sentidos volaban. No bastó tanto para que yo me difundiera en un orgasmo doloroso y meridiano. Me reí cuando se colocó sobre mis senos para besarlos uno por uno.
—Odio cuando me seduces. Porque entonces acabamos así, ¿No ves? Teniendo sexo en cualquier lugar.
—¿Qué está mal? La luna nos presencia.
—Sí, y seguramente se está pajeando.
Me carcajeé besándolo en los labios.
—Creo que ya se me quitó el frío.
—No pensarás lo mismo dentro de cinco minutos. Probablemente ahora estemos sudando como puercos, pero luego tiritaremos como esos gatos sin pelaje.
—¿Gatos? ¿Es enserio?
—Tú eres una gatita. —ronroneó sobre mi cuello, y me besó la clavícula. Sentía ganas de decirle «Te quiero» Y de confesarle mis más íntimos secretos que los llevaba sellado sobre mis labios. Pero no quería arruinar el momento. No quería perderlo.
—Y tú un gatito. ¿Somos unos gatos?
—Gato montés, en referencia a los tigres.
—¿Ahora nos quedaremos aquí? ¿Te imaginas mañana nos encuentran desnudos en el bosque?
—Bien. Será mejor que te lleve a tu carpa, calabaza calabaza, cada quién a su casa.
—De acuerdo. —dije, aunque no quería ni siquiera moverme. Quería permanecer a su lado para siempre. Así, justo en esa posición. ¿Qué importaba si estábamos acostados en el pasto? Era perfecto. Sierra de Guadalupe no sólo guardaba recuerdos malos. A partir de ahora, atesoraba uno de los mejores.  


Dark Sides - Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora