Capitulo 22. Maratón 2/3

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22. 

Papá se estabilizó en el estacionamiento. Mamá estaba inquieta en el asiento copiloto, ambos sabíamos que la idea de tener a otro hijo se le hacía emocionante. En una extraña razón, a mí se me hacía extraño y abrumador. Vale, quizá me emocionaba porque tendría a un hermano que no era de mi sangre en mi mismo techo. Pero también pensaba que sería un poco extraño. De un día a otro, una persona totalmente desconocida habitaba nuestro hogar. La idea era espeluznante. Pero también excitante.

—Estamos acá. Bájense chicas. 

Me quité el cinturón de seguridad y pisé el suelo del aparcamiento, el sol me dio justo en la cara. Me tapé los ojos con el dorso de mi mano. Miré el lugar, era como una casa, de esas casas hogareñas y humildes. Tenía tercer piso y el lugar era rústico, foros en el porche que caían del techo. Tres puertas color turquesas, y unas pequeñas cosechas de tomate y zanahoria en la maleza recién crecidas. La casa era campestre, por más de que el hogar se situara en la ciudad. Un letrero viejo y desteñido se dejaba caer por las tejadas color caqui donde decía ‘‘El dulce hogar de Lana’’

—Es adorable. —habló mamá en un cantito, que ya estaba situada en la puerta lista para tocar el timbre. Papá se puso a sus espaldas, esta vez no llevaba su traje de oficial. Vestía unos pantalones de deporte y una camiseta del mismo género. 

Una señora en sobrepeso, con una verruga en el labio superior y ojos grisáceos nos abrió la puerta. Un delantal cubría sus grandes caderas. Harina, y un poco de levadura se mezclaba con sus cabellos negros. Parecía carismática, y dedicada.

—Hola, ¿Puedo ayudarlos en algo? —su acento era sureño. Mamá estaba nerviosa, porque le temblaban las manos.

—¿Este es un orfanato, verdad?

—Sí, por supuesto. ¿Vienen por adopción? Si es así, pasen, pasen...

Me sorprendí de lo fácil que era. Parecía casi desesperada. Me reí interiormente por eso. Mamá dejó escapar una sonrisa emocionada mientras papá y yo le seguíamos sus pasos hasta entrar en la sala de estar. Donde el piso era de madera y crujía en cada paso bajo mis pies. Arreglos florales, esculturas de gatos y niños corrían de allá para acá. Cuando iba a dar otro paso otro niño pasó por enfrente de mí haciendo que me detuviera. Carcajadas eufóricas retumbaban, y enseguida el ambiente a alegría y a carisma me rodeó. Al igual que el olor a panecillos. 

—¿Desean algo? ¿Galletas? ¿Panecillos? ¿Leches? Acabo de preparar una torta para los niños, no sé si quieren un poco. 

—Oh no, no se preocupe. 

—En realidad, yo desearía un panecillo con una leche. —dije yo, al escuchar el ronco sonido de mi estómago exclamar por comida.

—Por supuesto. ¡Mary! —gritó por encima de su hombro, y una muchacha igual que ella (a excepción de la verruga) Apareció en la sala, y al vernos, sonrió—. Tenemos visita, trae los pastelillos y prepara una leche con... 

—Cuatro cucharadas de azúcar. 

Ella repitió lo mismo, se dejó caer en el sofá y nos invitó para que hiciéramos lo mismo. Así fue.

—¡Niños! Váyanse a jugar al patio. —chilló, todos le hicieron caso como si ya estuviesen entrenados. Mamá miraba con esperanza a todos los niños que se habían ido. 

—Muy bien. Hace mucho que nadie venía por aquí, creíamos que el hogar de Lana estaba perdiendo su encanto. 

La señora esta, que suponía que se llamaba Lana, hablaba con mis padres, y me estaba ignorando totalmente. Pero tampoco sentía deseos de hablar. Comencé a inspeccionar de mejor forma todo lo que me rodeaba. La televisión, la gigante mesa donde podría caer un ejército completo. Dibujos colgados como si fuese ropa recién lavada y pegados por todas partes. Era asombroso. 

Dark Sides - Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora