En su travesía, Fugaz se encontró con una imponente montaña que ascendió valientemente, a pesar de su resbaladiza superficie y la escasez de rocas para sostenerse. Al llegar a la cima, se dejó acariciar por el viento, disfrutando de su refrescante caricia en las mejillas y el revuelo de su larga cabellera negra.
Consultó el mapa que le habían obsequiado sus queridos ancianos, prácticamente abuelos, asegurándose de seguir la dirección correcta en su viaje. Era la primera vez que se aventuraba sola y, hasta ahora, no había perdido el rumbo. Con valentía, prosiguió su camino sin permitir que el temor al peligro la perturbara. Sabía que una chica solitaria caminando por un bosque desolado podía ser presa fácil para aquellos que buscaran dañarla, pero Fugaz no era una chica corriente. Conocía perfectamente cómo defenderse en situaciones así.
Usando las herramientas que llevaba consigo, construyó un refugio improvisado para pasar la noche antes de que el cielo se llenara de ominosas nubes negras. A pesar de su miedo a la oscuridad, se dispuso a buscar leña para encender una fogata y así iluminar su refugio nocturno.
Desde su infancia, su madre le había enseñado cómo sobrevivir en el bosque en caso de encontrarse sola, transmitiéndole sabiduría sobre cómo mantenerse abrigada y alimentada. Ahora que había llegado ese momento, era la hora adecuada para poner en práctica todo lo aprendido.
Mientras buscaba ramas útiles entre los arbustos, sus oídos captaron un lamento que hizo que todo su ser temblara. La idea de refugiarse en una cueva cercana cruzó por su mente, pero el miedo la dejó petrificada en su lugar, incapaz de moverse ni un centímetro.
Cuando escuchó el sonido nuevamente, se dio cuenta de que no era un lamento, sino aullidos de lobos provenientes de un lugar específico. Su valentía resurgió al instante, y en silencio, se dirigió hacia el origen de los aullidos.
En una esquina cercana a un acantilado, Fugaz vislumbró una manada de lobos gruñendo hacia un individuo que se encontraba en una gran roca, apuntándoles con un arco y una flecha. Sin dudarlo, se abalanzó sobre el sujeto, empujándolo con fuerza hasta hacerlo caer al suelo, donde golpeó su cabeza contra la roca en la que se apoyaba.
Aterrada por sus acciones, Fugaz llevó rápidamente al hombre a su pequeño refugio. Le limpió la herida y le aplicó un vendaje en la cabeza para detener el sangrado. Después de hacer todo lo posible por curarlo, decidió continuar buscando leña y los demás elementos para su fogata. Tan pronto como regresó con éxito, el muchacho ya estaba despierto, buscando su arco y flechas que ella había ocultado, en caso de que se volviera loco y la atacara.
—¡¿Quién eres y por qué me trajiste aquí?! —le reclamó el chico, mientras se frotaba el cabello intentando recordar lo que había sucedido.
—Me llamo Fugaz, un gusto... —respondió la muchacha mientras se dirigía a un lugar específico para comenzar a armar una fogata perfecta—. Te traje aquí porque te golpeaste la cabeza con una roca, de la cual te empujé porque estabas apuntando esa flecha a esos pobres animalitos —explicó Fugaz, empezando a acomodar la leña en el suelo para construir la fogata que tenía en mente.
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Reinos: El árbol de plata. (Completa)
FantasíaFugaz, una joven bruja sin experiencia, que emprende un viaje al reino de Zantenia, con el propósito de una vida sin discriminación por ser quien es, entabla una linda amistad con Antho, el joven rey que fue capaz de predecir su llegada a través de...