Aquella tarde, mientras se dirigía a Egon, otra manada de ovejas se cruzó en el camino, causando un inconveniente que las mantuvo detenidas durante horas. Fugaz podría haber buscado otro carruaje y continuar su viaje, pero decidió quedarse para ayudar a mover a las ovejas, pensando en que muchos otros necesitaban pasar al igual que ella para continuar con sus trabajos.
A medida que caía la noche, Zantenia se sumía en la oscuridad. No había ni un alma, ni un solo ser vivo a la vista, solo el carruaje en el que Fugaz avanzaba hacia el castillo. Estaba llena de miedo por la oscuridad que la rodeaba y anhelaba que ese tormento llegara a su fin para poder descansar pacíficamente en su cómoda cama. Sin embargo, el conductor se mantenía alerta para evitar cualquier intento de robo, lo que hacía que avanzaran lentamente.
Al acercarse al castillo, la oscuridad comenzaba a desvanecerse gradualmente, como si estuvieran acercándose al amanecer, algo que Fugaz agradeció inmensamente al cielo, lo cual se debía a una luz que provenía del palacio, donde encendían docenas de velas cada noche. Desde la muerte de los padres de Antho, los guardias temían que alguien intentara ingresar para matar al rey, por lo que se aseguraban de que las velas iluminaran todo el castillo. Además, el doble de guardias que vigilaban durante el día ahora también estaban presentes en la noche.
Del mismo árbol en el que Fugaz Fugaz había sentido una presencia la vez pasada, la muchacha vio salir un brillo morado muy extraño. Brillaba intensamente, despertando su curiosidad por conocer más sobre del mago del que tanto hablaba Zantenia.
Noto que los guardias estaban despreocupados por tal acontecimiento, así que sedujo que ese mágico fenómeno era normal que el árbol emitiera una luz anaranjada.
Al notar que los guardias no parecían preocupados por aquel fenómeno, concluyó que era normal que el árbol emitiera una luz anaranjada. Fugaz descendió del carruaje con calma y lentitud, dirigiéndose hacia el árbol para observar mejor el hermoso espectáculo. Se preguntaba por qué no había visto algo así por la mañana, y llegó a la conclusión de que era algo exclusivo de las noches, por lo cual no lo notó antes ya que no solía salir a esa hora.
Una vez frente al árbol, extendió la mano para tocar su tronco y fue nuevamente atraída por su poder, siendo finalmente expulsada por una fuerza invisible que la hizo volar a cierta distancia.
Algunos de los guardias corrieron a ayudarla, mientras que otros permanecieron inmóviles en sus puestos, haciendo vigilancia en la entrada, y, otros se habían llenado de miedo por alguna razón desconocida.
—Estoy bien, estoy bien —les dijo Fugaz a los que se acercaron ayudarla, mientras que estos la ayudaron a levantarse del suelo—. Gracias por su ayuda.
Fugaz hizo una reverencia como despedida y, antes de entrar por la gran puerta del palacio, volteó a mirar confundida al árbol.
Mientras caminaba por los pasillos, iluminados hasta el último rincón, Fugaz se dirigía hacia su habitación, aún intentando entender lo que había sucedido. En la entrada de la sala de arte, ve a los soldados Dackmon y Areon charlando. Al recordar que Antho estaría allí, recordó el panecillo especial que le había guardado.
—Dackmon, Areon, muy buenas noches —saludó con ánimos a ambos soldados con una reverencia—. ¿Antho está allí? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—Buenas noches, señorita Fugaz. Sí, el rey está aquí —respondió amablemente Areon, señalando hacia la puerta.
—¡¿Para qué?! —cuestionó Dackmon, echándole una mirada de desconfianza a Fugaz.
—Le traje un panecillo para...
—¿Un panecillo? Ya conoce las reglas: nada que venga de fuera del castillo puede entregarse al rey, a menos que quien lo trajo lo pruebe primero.
—Lo lamento, casi lo olvido... es que...
—¡No des más vueltas y hazlo!
Fugaz no se sorprendió en lo absoluto de que Dackmon le hablara de esa manera. Desde su llegada al castillo, al contrario de Areon que era uno de los pocos que la trataban bien, Dackmon era uno de los que la veía como si ella fuera su peor enemiga, así que no le dio demasiada importancia, ya que entendía que el soldado solo estaba haciendo su trabajo.
—Disculpa, Fugaz, hoy Dackmon no ha tenido un buen día hoy —le comentó Aeron.
—Entiendo Aeron, eso ya lo sé —y efectivamente Fugaz lo sabía.
De su bolsa, sacó un pequeño cuchillo de mesa, cortó con este un pedazo del panecillo y lo comió sin problemas, sintiéndose muy feliz al revivir otro bello recuerdo de su infancia.
—¿Acaso crees que somos tontos y no sabemos que algo podría estar envenenado en ese panecillo? —exclamó Dackmon seriamente, apuntándole con su espada.
—¿De qué estás hablando?
—Eres una bruja, ¡¿cómo sabemos que no has hecho algo para que el veneno no te afecte?!
—Bueno... He estado trabajando aquí como mucama durante los últimos dos meses y soy quien prueba la comida que se le envía a Antho... No veo por qué envenenaría a Antho justo con este panecillo... Además, no sé cómo hacer pociones mágicas como para hacer algo así.
Dackmon seguía sin confiar en ella y estaba a punto de decir algo que probablemente no le gustaría a Fugaz, cuando fue interrumpido por otro soldado.
—¡Comandante! Tiene que ver esto —comenzó a decir el soldado que apareció repentinamente.
Dackmon asintió y con un gesto indicó a Areon que bajo ninguna circunstancia dejara pasar a Fugaz a la habitación. Luego, le lanzó a ella una mirada asesina, a la cual Fugaz respondió con una sonrisa antes de que él se retirara del lugar.
—No le haga caso a Dackmon, obviamente puede pasar —dijo Areon, abriendo la puerta para que Fugaz entrara y hablara con Antho.
Dentro de la habitación, Antho estaba inmerso en su dibujo, como solía hacerlo. Fugaz se acercó a él con cuidado, intentando ser lo más silenciosa posible para no interrumpirlo, pero Antho notó su presencia.
Fugaz observó el dibujo intrigada. Era una estrella sin color con seis símbolos: una espada, un talismán azul, una serpiente, una flor y un libro. En el centro de la estrella se encontraba el escudo de Zantenia, o eso era lo que parecía.
—¿Qué crees que signifique esto? —le preguntó a Antho, mostrando un gran interés por aquel misterio.
—Ni idea... solo sé que esta figura es la de nuestro escudo —respondió Antho, señalando el dibujo.
—Si aquel símbolo representa a Zantenia, ¿qué tal si las otras figuras pertenecen a los escudos de otros reinos?
—Podría ser, pero me pregunto por qué el nuestro está en el centro de la estrella... Esa es la verdadera pregunta.
—¡Cierto! Pero bueno, cambiando de tema... te he traído esto —Fugaz, mostrando una amplia sonrisa llena de emoción, entregó a Antho el panecillo que había estado sosteniendo con cuidado todo el tiempo desde que entró—. Por cierto, perdón si le falta un pedazo, tuve que probar un poco para demostrar que era seguro para ti.
Antho agradeció el bocadillo y comió sin ningún problema. Sin embargo, su reacción no fue la misma que la de todos los demás a quienes Fugaz les había dado el panecillo. En su caso, Antho rápidamente tomó un nuevo lienzo en blanco, lo colocó en el caballete y con su pincel lo cubrió por completo con pintura negra.
—¿Por qué pintaste el lienzo de negro? —preguntó Fugaz, desconcertada por su acción.
—No lo sé, pensé que tal vez tú tendrías la respuesta —respondió Antho, aún más confundido que ella.
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Reinos: El árbol de plata. (Completa)
ФэнтезиFugaz, una joven bruja sin experiencia, que emprende un viaje al reino de Zantenia, con el propósito de una vida sin discriminación por ser quien es, entabla una linda amistad con Antho, el joven rey que fue capaz de predecir su llegada a través de...