Mabel se ocultaba tras unos arbustos, observando a lo lejos cómo los guardias intentaban despertar a Fugaz. La ansiedad la invadía mientras esperaba con impaciencia para saber si su amiga seguía con vida. Aunque era consciente de que, si despertaba, Fugaz nunca la perdonaría por haberla envenenado, aún así rogaba en su interior que se salvara para que todo lo que estaba por suceder pudiera detenerse.
Fugaz había sido su primera y única amiga. A pesar de haber hablado solo unas pocas veces, Mabel le había tomado un gran cariño por la forma en que la había tratado sin conocerla. Sin embargo, el miedo de perder a la única persona que le quedaba en la vida, su padre, la mantenía con la esperanza de que todo siguiera su curso y que sucediera lo que tenía que suceder.
Cuando los guardias declararon a Fugaz muerta, los ojos de Mabel se llenaron de lágrimas. Desconsolada, corrió del lugar hacia el castillo, entró por una de las puertas y se arrojó al suelo, llorando.
Pocos minutos después, su padre entró por la misma puerta sosteniendo un saco en su hombro derecho. Se acercó a ella y la abrazó fuertemente, dejando el saco a un lado.
—Tranquila, hija. Hiciste lo correcto. Era lo mejor que podíamos hacer para deshacernos de la bruja. Además, con ella en medio, el plan estaba en peligro —dijo su padre, intentando consolarla.
El señor Richard se levantó del suelo, fue hacia un pequeño baúl y guardó un arco y varias flechas que había sacado del saco.
—Por cierto, hija, un desafortunado llegó en el momento menos oportuno, y ahora es el supuesto culpable de la muerte de la bruja.
—Lo sé, padre... —susurró Mabel entre lágrimas.
—Ahora escúchame, hija. Es hora de comenzar con la fase cuatro: matar al rey. Y voy a pedirte que no participes en eso.
—Padre, déjame ayudar. Puedo encargarme de eso, por favor —suplicó Mabel, determinada.
—No, hija. No quiero que salgas lastimada.
—Por favor, padre. Déjame ayudarte. Yo tampoco quiero que te pase algo malo.
A pesar de las súplicas de su hija, el señor Richard no aceptó su ayuda. No obstante, Mabel continuó insistiendo y para evitar que ella siguiera con eso, decidió marcharse.
Mabel se quedó llorando en el mismo lugar, sumida en la angustia de no encontrar una solución para el dilema en el que se encontraba. La idea de matar a Antho ella misma cruzó por su mente, pero su corazón se negaba rotundamente a cometer un acto tan atroz. No podía soportar la idea de cargar con otra muerte en su conciencia.
Con la mente agotada por la búsqueda de una alternativa menos violenta, Mabel se dio cuenta de que no había mucho más que pudiera hacer en ese momento. Se puso de pie, decidiendo que al menos debía despedirse de Antho, ya que no sabía si esa sería la última vez que lo vería.
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Reinos: El árbol de plata. (Completa)
FantasyFugaz, una joven bruja sin experiencia, que emprende un viaje al reino de Zantenia, con el propósito de una vida sin discriminación por ser quien es, entabla una linda amistad con Antho, el joven rey que fue capaz de predecir su llegada a través de...