Muerte en la Guerra.
A lo largo de 60 años, una isla ha surgido al sur del océano pacífico, provocando la guerra entre países, peleando por un territorio del tamaño de Europa.
De insultos, hasta virus mortales, son algunas de las maneras en las que...
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Estaba en el cuarto de baño del segundo piso, el único con tina, papá no solía subir, ni bañarse.
Quería ahogarme ahí mismo. Morir ya. Quería dejar de respirar y dejar de causar problemas, llevaba ahí al menos una hora, el agua que había calentado ya estaba fría. Las puntas de mis dedos estaban arrugadas, mi piel estaba roja por lo fuerte que me había tallado con el estropajo, aunque parecía más una lija.
Algunas gotas de sangre habían salido, pero no dolió, o no mucho. Solo escuchaba el ligero sonido que hacía el agua cuando me movía un poco, eran épocas de frío y mi espalda estaba expuesta a él, desnuda y mojada. Tendría que comprar alguna pastilla después si no quería enfermar.
¿Pero que caso tenía?
Ya no importaba, no me importaba. Hundí mi cabeza en la tina. Estaba dispuesto a ahogarme ahí mismo, no lo hice, en cambio, grité bajo el agua, sintiendo como entraba por mi boca, abrí los ojos, las burbujas salían y pasaban por mis ojos. Cuando me quedé sin aire, esperé un poco más, hasta que salí, quité la bolsa de plástico que impedía que el agua llegara por el drenaje, un remolino se creó cuándo el agua se comenzó a ir por el agujero.
Me levanté tomando una toalla, me froté con fuerza y me cambié ahí mismo, salí en silencio, como era costumbre, me fui a mi habitación.
La tranquilidad no duró mucho. Nunca lo hace, jamás se queda para siempre.
— ¡JAMES! ¡BAJA AHORA MISMO! —gritos, nuevamente, me hicieron estremecer.
Ya de nada serviría esconderse, él sabía dónde estaba, y preferiría que no entrara a "mi habitación". Bajé sin dudar a la sala y ahí estaba él, no me sorprendía. Una botella en la mano y un polvo blanco esparcido en la sucia mesa al que miré con desprecio.
Tomó mi cuello con dureza, miró mis ojos, los cuales no lo veían a él, temblé, después me soltó de la misma forma, violenta. Me quedé quieto, en el lugar en el que estaba y comencé a mover mis dedos en el costado de mis piernas.
— Quiero que cuando te hable, me mires a los ojos —advirtió, escupiendo hacía mis pies.
Levanté la mirada sintiendo como mi corazón tenía ganas de explotar.
— Vas a hacer algo de provecho, por fin —rió—. Te irás al infierno.
Supongo que vió la duda en mis ojos, ya que carcajeó, se burlaba de mí.
— Te vas a enlistar, quieras o no —declaró—. Estoy harto de tener que mirarte todos los días, te irás y espero mueras allá.
Mi mirada rápidamente se tornó a una de pánico. La guerra lo había vuelto a él así y yo ni quería volverme así. Cómo él. Un monstruo.