30. Siempre fue por Venganza

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Narrador omnisciente.

- Papá -susurró la niña.

El mar estaba tranquilo, reflejaba pequeños destellos del sol, la brisa acariciaba su piel y sus pies se hundían en la arena.
Merek la miró al escuchar su llamado.

- ¿Qué es la muerte? -la voz de la pequeña era inocente a pesar del cuestionamiento, que era peculiar a su edad.
Cuando era pequeña, Adalid solía hacer preguntas extrañas.
El hombre dejó de caminar e hizo una mueca. ¿Cómo explicarle a una niña qué es la muerte?

- La muerte. Es el final de la vida -miró a su hija, poco satisfecha por la respuesta, sus curiosos ojos cafés estaban levemente fruncidos-. Es cuando las personas se van y ya no pueden volver.

Dijo una verdad a medias, pues no creía correcto explicar el término concreto a ese pensamiento.

- Dejan atrás todo, y a todos.

- ¿A dónde van?

- A donde quieran -apretó la mano de su hija-. Vuelan cómo pájaros en libertad.

La muerte puede ser buena o mala, pero quién muere no lo siente cuando acaba. La muerte se puede considerar un sufrimiento del después. Cuando fallece alguien, solo deja de sentir, nadie sabe que pasa después, pero se conoce el dolor que eso genera.
Quizás el hipotético alguien no merecía morir, ¿Pero quién si?
Quizás las buenas personas mueren para evitar que se vuelvan malas.

- Tú nunca te irás, ¿Verdad?

La niña apretó la mano de su padre, el cual tragó saliva.

- Siempre te voy a cuidar, te lo prometo.

Cuando su hija hacía preguntas extrañas, Merek solía responder de la misma forma. Y para ellos, las promesas eran algo tan sagrado como la vida.
La muerte puede ser buena, porque puede llegar en el momento perfecto, para evitar el dolor de quién pierde la vida de a poco, de quiénes sufren, o de quiénes ya no pueden seguir.

La muerte puede ser buena, porque puede llegar en el momento perfecto, para evitar el dolor de quién pierde la vida de a poco, de quiénes sufren, o de quiénes ya no pueden seguir

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Negué con la cabeza repetidas veces, ese hombre no era mi papá.
Mi padre murió, él estaba muerto.

- Hija-

- Una mierda -me alejé de él frunciendo el ceño.
Eso era una estupidez, el maldito gobierno secreto era una mierda, una total pérdida de tiempo.
Hace años, unos hombres uniformados fueron a mi casa a darnos una carta con la que mi madre rompió en llanto. Con la que cayó al suelo una vez pensó que nadie la veía.
Una carta que cuando leí, no supe cómo reaccionar.
Una carta cuyo contenido no podía traducirle a mis hermanos.
Mi padre murió, nos dieron su pésame y unas ridículas palmaditas en la espalda. Lloré por él en una tumba sin cuerpo.

Azul TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora