32. Una hoja, un descubrimiento

11 2 2
                                    

Esa misma tarde, James y yo regresamos a la ciudad. Descubrieron nuestras intenciones de casarnos casi clandestinamente, con el plan expuesto, le pedí a Rambó y a Daniel ser los testigos de la boda.

Cómo tal, nuestros planes no salieron como lo habíamos planeado, era a mí a quien le faltaba un documento, además la lista de espera era algo larga y realmente no queríamos retrasarlo, no sabíamos si tendríamos el tiempo para hacerlo después, o si existiría un después.
Mis amigos se desilusionaron más de lo que yo pude haberlo estado, Landon insistió en convertirse en el padrino del pastel, Osiris me obsequió un pequeño ramo de nubes, peonías y lavanda. Conocía un viejo truco para inmortalizarlas, y lo hice.
Mario nos regaló unos anillos con una tormenta grabada para ambos, quejándose de que no le avisamos con anticipación que nos casaríamos, reprochando que pudo haber hecho algo mejor. A James le tocó el que tenía la nube resaltada, y a mí, el que tenía el rayo más llamativo.
Aunque el anillo original lo guardé muy bien.
Lukas y Mika nos acompañaron con una sonrisa, para mí sorpresa, ambos se mostraron felices, genuinamente.

Pensé en invitar a Merek, pero preferí no amargarme el momento. La pequeña celebración se dio en el bosque que tanto amábamos. Después de estar casados simbólicamente, fuimos al departamento en dónde festejamos toda la noche, entre risas, cerveza y pastel.

Rambó me obsequió un juego de navajas, Daniel, por otro lado, nos compró una wafflera.
Landon nos regaló unos mamelucos, se burló diciendo que pronto habría otra mini Adalid peleando contra el mundo. Osiris nos dió un par de velas junto a un álbum vacío de fotos, en la primera página pusimos unas cuentas fotografías de todos nosotros en la sala, sonriéndole a la cámara y haciendo una que otra tontería.

Ese día había usado el anillo de mamá y el collar que James me había dejado, se lo devolví junto a un suave beso, me agradeció por cuidarlo.
Al terminar la velada, cuando los niños dormían, Rambó nos llevó a un bosque algo alejado de la Ciudad, Osiris me dió una pequeña maleta y se fueron después de darnos una risa burlona. Había una cabaña. Al momento de entrar en la habitación, fui consiente de lo que se supone que tendríamos que hacer.
Aunque cuando miré a James, no sabía quién de los dos estaba más nervioso.

Era algo completamente estúpido, ¿Cómo no había pensado en lo que sucedería si después de todo, nos habíamos casado?
No había pensando en lo carnal como tal, más bien, en una unión simbólica entre nosotros, un lazo que aunque no pudo quedar plasmado en un papel, permanecerá impregnado, acompañado de suaves palabras y fuertes recuerdos.

— Eh, ¿Quieres jugar cartas? —preguntó, frotando sus manos a los costados de su pantalón.
Sorprendente, esa era la palabra que describía su reacción, diablos, éramos dos adultos comportándonos como un par de niños.

— Sí, suena bien —analicé la habitación, no era tan desagradable como la había imaginado, más bien, creaba un ambiente romántico que era opacado por nuestra timidez.

— Oh, el problema, bueno, es que no tengo cartas —murmuró, sonriendo torpemente.
Asentí caminando a la cama, me senté en ella y me quité las botas, el vestido que habíamos rentado (a una muy insistente petición de Osiris) me picaba los brazos.
James copió mi acción, después se quitó el saco, y cuando iba por los pantalones solté una carcajada.

— ¿Qué haces? —logré decir, lamiendo mis labios, pasé mis manos por las raíces de mi cabello, despeinándome.

— ¿Qué? ¿No lo estabas haciendo tú también? —tartamudeó, volviendo a abrocharse el botón.

— ¿Quieres hacerlo? —pregunté, sacudiendo mi cabello—. Ya sabes.

Mierda, ¿Por qué era tan difícil si quiera mencionar la palabra "sexo" delante de él? Sería algo normal después de todo ¿No? Estábamos casados, tendríamos que hacerlo.

Azul TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora