13. Sí vale la pena

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Era indescriptible la sensación de alivio que me embriagó.
Por fin me sentía un poco mejor.

Después de tanto, que aunque no fue mucho, pero se sintió eterno, habría alguien más que tomaría las decisiones fuertes.

Había un doctor entre esos adultos, atendió a Daniel, me dijo que gracias a qué limpié su herida no se infectó y sería más fácil curarlo.

Jamás sentí la necesidad de aprobación de nadie.
Pero en ese momento me sentí especial.
Me sentí mejor.

Una estúpida y gran sonrisa adornaba mi rostro, era tal mi felicidad que ni yo podía quitarla aunque lo intentara.
Seguimos llevando a Daniel en la carretilla, pero me sentía más fuerte.

Seguimos caminando un rato no muy largo, estaba callada, solo escuchaba las voces adultas y las pequeñas risas de los niños.

Los duendes pasaron por mi mente.
No pensé que extrañaría tanto a ese par.

— ¿Estás sola? —me preguntó una señora, quizás de cuarenta años.

La miré pensando, aunque la respuesta era obvia.

— Por ahora, sí —respondí ladeando una sonrisa.

— Mi hijo se acababa de unir al ejército cuando iniciaron el bombardeo en Estbellum —siguió, mirando los escombros—. Se veía muy guapo con su traje, y muy feliz.

Sonrió, casi llorando.

— Solo vi como corría hacia mí, pero después cayó al suelo, le habían disparado por la espalda —su voz se quebró y sus palabras se fueron apagando hasta quedar en un silencio abrumador.

Lamentaba su pérdida, pero no me gustó que solo me hablara para eso.

Quizá solo tenía que decirle a alguien.
¿Por qué a mí?
Tal vez le diste algo de confianza.

Puse una mano en su hombro y miré a Osiris, no estaba prestando atención, hablaba con Daniel mientas lo empujaba por la carretilla.

Cuando pareció tranquilizarse volvió a hablar, ahora con la voz ronca.

— ¿Qué te pasó a ti? —señaló mi labio.

No tuve la necesidad de mirarlo para saber que tenía sangre seca y uno que otro moretón en la cara.

Me incomodé, pero sentía la necesidad de decirle algo de que me haya hablado de su hijo.
Aunque no me hubiera agradado, no debía ser grosera.

— Mi papá murió hace unos meses en el campo de batalla, mi mamá murió hace menos de cinco días, me separé de mis hermanos y a mi mejor amigo lo secuestraron —respondí tronando mis dedos.

La mujer me vio horrorizada.

— ¿Y lo dices tan tranquila?

La miré brevemente.

— Para nada, pero no se ofenda, no estoy para que la gente me tenga lástima —respondí haciendo una mueca.

La mujer me vio sorprendida y asintió con la cabeza lentamente.
No habló más, solo siguió caminando a mi lado, aunque mantuve mi distancia.

Pensar en mi mamá me hacía sentir en un hoyo.
El sentimiento de llorar seguía ahí.
El vacío iba y venía.

La imagen de su cuerpo entre mis brazos estaba ahí cada vez que cerraba los ojos.
Me seguía pareciendo irreal que estuviera muerta.

— Solo fue al supermercado —murmuré.

No lo podía aceptar, aunque hubiera cargado su cuerpo hasta que quedara sin vida, no lo podía aceptar.

Azul TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora