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Toqué la puerta del hogar de la familia Ubuyashiki con algo más de fuerza e insistencia de lo que me hubiera gustado, o de como me presentaba habitualmente en el lugar. Sobre todo porque, en ese tipo de ocasiones, la entrada principal estaba abierta para mí o podía adentrarme desde el jardín.

Pero en este momento los músculos de mis piernas sufrían intermitentes y ligeros tirones y pinchazos repentinos por el sobresfuerzo al que los había sometido al estar corriendo de un lado a otro, como para tan si quiera pensar en saltar un muro de más de dos metros de altura para poder colarme en la casa.

En este punto, sentí que en cualquier momento iba a caerme de bruces contra el suelo y perder, definitivamente, la fuerza en mis piernas, impidiendo que me moviera en un buen tiempo.

—¿___?— preguntó Amane en cuanto abrió la puerta, sorprendida al ver mi estado actual—. ¿Estás bien?

Definitivamente no podía juzgarla por su reacción, después de todo, no todos los días te encontrabas con una pilar (aun sí seguía pensado que este título no quedaba conmigo) apunto de visitar de manera permanente el mundo de los muertos, apoyada en la entrada de tu casa mientras toca la puerta como una completa desquiciada.

—Eh...— me quejé en un gruñido bajo, cerrando los labios con una mueca molesta tras moverlos un poco sin llegar a pronunciar ni una sola palabra.

Ni si quiera era capaz en este momento de abrir la boca para contestarle como era debido y no preocuparla de más. Pues tenía la boca completamente seca, y la sola idea de tragar saliva o hablar era sinónimo de beber un vaso de arena ardiente.

—¿___?— repitió mientras se apartaba de la puerta para darme paso.

—Buenos días, estoy bien— murmuré rápidamente en un jadeo bajo y ronco para no hacer sufrir demasiado mi garganta—. Con permiso— dije sin más, entrando a su hogar, encaminándome con pasos rápidos hacia la cocina.

—Irá enseguida contigo— informó antes de perderme de vista.

En cuanto atravesé la puerta del lugar, tomé un vaso y me serví agua. Bebiéndola a toda prisa tras sentarme sobre la encimera, dando un suspiro de alivio bastante largo al sentir como mi cuerpo recibía un momento de su merecido descanso.

—Esto es la gloria— murmuré mientras me servía más agua, haciendo una mueca de asco al ver las mangas de mí uniforme.

Una vez más, estaba hecho un completo asco.

—Buenos días ___— dijo una voz masculina, lo que me hizo girar la cabeza hacia la puerta.

Lo observé directamente a los ojos sin decir ni una sola palabra, esperando a que sus dos hijas mayores le ayudaran a guiarlo hacia una de las sillas del lugar. De las que recibí una mirada rápida con una pequeña sonrisa a modo de saludo.

—Has llegado más tarde de lo que había previsto, ¿has tenido algún tipo de inconveniente?— dijo con una sonrisa serena, mientras que las dos menores de cabello platinado abandonaban el lugar, cerrando la puerta tras ellas.

—Kagaya— dije con voz neutra, dejando el vaso a un lado—, no he tenido ningún problema si es eso lo que te estaba preocupando, fui yo misma quién decidió retrasar esta reunión. Aunque debería haberte avisado, pero no tenía tiempo suficiente.

—No importa, no ha sido tanta diferencia, y he esperado por ti más de un par de horas— reí levemente con una rara mezcla de vergüenza y burla—. ¿Por qué lo has hecho?

—El monte Natagumo, definitivamente no me inspiraba ninguna confianza cuando estuve frente a él, justo antes de que me llamaras— suspiré levemente, dirigiendo la mirada hacia mis piernas, con pequeñas rojeces por haber estado gran parte de la noche siendo arañadas por las ramas bajas—. Y cuando estaba a mitad de camino, Hera me avisó de que había pilares que se dirigían hacia ese mismo lugar. Así que, me imaginé que algo grave debía de pasar allí y que no podía dejar al resto solos. Además...— sonreí un poco, antes de fruncir los labios al recordar al rubio—, un poco de ayuda extra nunca viene mal, ¿verdad?

Kitsune [Kimetsu no Yaiba]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora